Opinión | Desde la marina
Equinoccio de otoño
Las estaciones siguen su curso y hemos conseguido, no sin dificultades, superar un verano tropical, brutal, desmesurado, más propio del África sahariana que de nuestras atemperadas islas. Hemos soportado los 40º y un maldormir, sin que nos aliviara hacerlo despelotados y con las ventanas abiertas. Pero se acabó. Punto y aparte. El pasado 23 de septiembre, a las 03.04 horas, horario peninsular, los dos polos de laTierra se encontraban a la misma distancia del Sol en lo que llamamos, muy líricamente, equinoccio de otoño. No sé usted, querido lector, pero para mí tengo que transitamos la mejor época del año. Menos meliflua y tontorrona que la primavera de flores a porfía, desvergonzadas lolitas y con una temperatura suave que no tiene la gelidez adusta del invierno. Los días del otoño suelen ser apacibles, relajantes, silentes, muy dados al recogimiento. El sol abdica, nos llega tibio y prudente, se modera. Con la ventaja de que en nuestras islas apenas percibimos la nota melancólica de la estación, la caída de la hoja. Los pinares y sabinales mantienen su verdor y, con ellos, el paisaje resiste, retiene su belleza.
El otoño nos regala contrastes lumínicos sorpendentes, el baile gregario y circense de los estorninos, las primeras naranjas y los últimos higos, las jugosas uvas, ese extraño tesoro que son las granadas de rojos rubíes, los perfumados membrillos, las lenguas del carnoso caqui de pulpa viscosa que casi es obscena, los humildes y dulces moniatos, las castañas asadas y también las setas que, con ajo y perejil, tan extraordinarias son a la brasa.
En el campo, las chimeneas humean. Recuperamos la magia del fuego, el crepitar de los leños y su olor ahumado. Las primeras lluvias son una bendición y, como si fuéramos niños, nos alegra el repique del agua en los cristales. El otoño es un mes entrañable y familiar. Nos acordamos, incluso, de los muertos. Y es tiempo, también, de morosas lecturas. Por fin nos atrevemos con Mann o con Proust. El año en otoño va ya cuesta abajo y basta dejarse llevar en su declive crepuscular, hermoso y pacificador.
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