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Olga Merino

Tribuna

Olga Merino

Luto, duelo y otros reflejos especulares

«Los aztecas creían que los espejos de obsidiana eran objetos proféticos. Solo se conservan 17 en todo el mundo»

El lunes, viendo por la tele el entierro de Isabel II, mi madre, entusiasmada con los fastos funerarios, me cuenta que la suya tuvo que hacer la comunión de luto riguroso y con lazos negros en las trenzas por la muerte reciente de sus dos abuelas, que se llamaban igual y se fueron una detrás de la otra. Y de pasada comenta que en el pueblo, cuando fallecía alguien, se cubrían los espejos de la casa del finado o se volvían contra la pared mientras duraba el duelo. Otra vez, los espejos...

Son artilugios extraños. No retornan nuestra imagen exacta, sino una réplica vuelta del revés, pues el lunar te sale en la mejilla contraria. Enfrentados cara a cara, dos espejos crean de inmediato un laberinto. Drácula no se reflejaba en ellos. Cirlot dice que a veces, en los mitos, representan la puerta por la cual el alma puede disociarse y ‘pasar’ al otro lado, como en la ‘Alicia’ de Lewis Carroll.

Una revelación

Se me encadenan sucedidos con espejos desde que, hará cosa de un año, me regalaron uno que había sido abandonado en un piso, un espejo antiguo, tal vez de los años 30, con un marco recargado de volutas doradas. Hemos convivido bastante bien, aunque no acababa de acostumbrarme a su presencia hasta que, la otra noche, me hizo un regalo inesperado: el reflejo atrapado en su interior de un objeto depositado sobre el mármol de la cocina —una ventosa desatascadora— rescató de las profundidades de la memoria un recuerdo con el que llevaba meses batallando, el título de una novela atroz cuya lectura me marcó a los 11 años.

Humo y sombras

Mi brillante amiga C. me envía por Whatsapp la foto de un espejo de obsidiana que se exhibe estos días en el Museo de Antropología de Madrid. Para los aztecas, estas láminas de obsidiana pulida —un vidrio volcánico, negro como el azabache y quebradizo— eran objetos proféticos, de los que solo se conservan 17 en todo el mundo, uno de ellos en el Museo Británico, que perteneció, por cierto, a John Dee, alquimista, cartógrafo y asesor político de Isabel I de Inglaterra, antecesora de la reina difunta. El ocultista isabelino lo empleaba para invocar a los espíritus y hablar con los ángeles, mientras recorría las cortes europeas espiando en beneficio de la soberana. Para los aztecas, estos espejos de obsidiana, muy opacos, mostraban humo que después se disipaba para revelar un tiempo o lugar futuros. ¿Qué sombras nocturnas estará reflejando el del British cuando las salas se vacían? ¿Y el de Madrid? Oh, espejos, espejitos, ¿qué más tribulaciones nos aguardan? Quién lo tiene más difícil, ¿Felipe VI o Carlos III?

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