Diario de Ibiza

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Pilar Galán

Una casa lejos de casa

La lista no deja de crecer, a pesar de que se van tachando las tareas: matrícula hecha, carné joven sacado, tarjeta de transporte pedida, fotos, residencia buscada y encontrada, habitación doble o compartida, con o sin cocina... No se cabe en las tiendas donde padres e hijos (más bien los primeros) al borde de un ataque de nervios, bolígrafo en mano, compran edredones, colchas, sábanas, toallas... para una casa que no será una casa, pero a toda costa debe parecerlo.

Arden los mostradores con pedidos de menaje, porque los fines de semana no se dan comidas y habrá que aplicar lo aprendido en sesiones de cocina apresuradas impartidas con muchas ganas, pero pocos resultados. Hacen falta sartenes, cacerolas, platos, cubiertos, vasos, espumaderas. Hacen falta cosas que no hacían falta en nuestra época, ese espacio indeterminado entre el ayer y el ahora, y andamos montando apartamentos de playa en plena ciudad, que además deben ser acogedores e invitar al estudio.

Pero la lista, ya digo, crece cada día aunque se vayan tachando apartados, y se haga inventario de lo que hay que llevar o dejar fuera. Tú te levantas de una cama que por lo menos no hay que comprar, pero has despegado la cabeza de una almohada, que sí es necesaria, como las perchas, el papel higiénico, el gel de ducha o la alfombrilla de baño. Gracias a estos preparativos de documentación y a las compras, tampoco da tiempo a pensar mucho.

Pasará luego, como en la película ‘Toy Story’, cuando la madre entra en el cuarto vacío de su hijo y ve todo listo para el viaje y la caja de juguetes de la infancia, en el medio, para ser donada a quien la quiera. Pasará luego, pero ahora no es tiempo de echar de menos sino de preparar, organizar y llevar a remolque a todas partes al futuro estudiante, que solo quiere irse y no elegir color de sábanas. Falta muy poco, pero el trabajo no termina. Hay que decirle que no se quede solo, que tenga cuidado, que no lleve encima toda la documentación... consejos de padres, que no escucharán, por supuesto, exactamente igual que nosotros hicimos. Que estudie, pero también que viva. Que aproveche estos años, que haga amigos, que se enamore o no, pero que disfrute también de todo lo que le va a ofrecer la vida. Que no tenga miedo. Que lo tenga. Que salga. Que no salga. Que coma, pero con medida. Que no ahorre en lo esencial, pero sí en lo prescindible, como si nosotros supiéramos la diferencia. Que no olvide estos consejos que olvidará enseguida, que haga de aquella casa su nuevo hogar, pero sin olvidar el de siempre. Que nos eche de menos. Que no lo haga.

La lista no deja de crecer, y a este paso, aunque tachemos cada línea, no se acabará nunca. A lo mejor porque los padres nos preocupamos demasiado. A lo mejor porque ellos escuchan demasiado poco. Y a lo mejor también, porque no necesitan tantos consejos y sí más experiencia, que solo se adquiere con las equivocaciones y los errores, con el paso de los años, con la vida que empiezan ahora, esa para la que les hemos educado, la misma para la que nosotros tenemos que empezar a educarnos ahora.

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