Diario de Ibiza

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Prats, Xescu

Pesimismo ilustrado

Un poeta me recomendaba estos días pasados que, como terapia frente a la zozobra que suscita nuestra realidad ibicenca, con sus ilimitados desmadres veraniegos, me dedicara a escribir de frivolidades y violetas, porque, a su juicio, los desalmados tienen la situación controlada y la destrucción de la isla es inevitable. Estuve rumiando el asunto durante varias jornadas y hasta me propuse hacerle caso.

Comencé por buscar inspiración y positividad en las reflexiones de la gente sabia, como Frida Kahlo, quien, pese a vivir una existencia marcada por el sufrimiento, afirmaba que «todo puede tener belleza, aún lo más horrible». O Dale Carnegie, pionero de la autoayuda, que promovía el conformismo diciendo que «si la vida te da limones, haz limonada». Incluso Jack Keruac, uno de los escritores más interesantes, revolucionarios y autodestructivos del siglo pasado, que llegó a proponer: «Enamórate de tu existencia».

Leí muchas más citas concebidas para asomarnos al mundo con una visión positiva, pero he de reconocer que carecieron del efecto deseado. No iluminaron un ápice la visión melancólica de esta Ibiza con la que nos ha tocado lidiar a nuestra generación. De hecho, esta colección de pensamientos, por irreales, acabó incrementando los niveles previos de pesimismo. Es curiosa la capacidad que tiene la filosofía positiva de generar justo el efecto contrario. Aunque es probable que el poeta tenga razón y el problema únicamente esté en mi cabeza. Volvamos al mantra: ante lo inevitable, resignación e indiferencia.

Como no podía darme por vencido a las primeras de cambio, se me ocurrió intentarlo dando la espalda a la prensa. Quizás a través de la desconexión y la ignorancia por fin brotaran pensamientos felices hacia mi amada isla. Por unos días, evité prensa, radio y televisión y me prometí que la única metadona que me recetaría frente al mono informativo serían ocasionales inmersiones en las redes sociales de mis amigos. Paz y sosiego a través de sus escapadas por el mundo, sus festines gastronómicos y sus jornadas felices. Tampoco funcionó. Alguien debería crear un filtro de positividad para las redes sociales.

De pronto, entre niños sonrientes, fiestas de cumpleaños y luminosas jornadas de playa, un aluvión de críticas, casi todas razonables, a Carlos III, nuevo rey de Inglaterra. Hay que ser obtuso para que tu primer movimiento como monarca, el que definirá tu reinado, sea despedir a los cien súbditos que te han servido fielmente durante la larga espera. A continuación, la risa y la náusea, todo en la misma coctelera, por el viralizado artículo ‘El Rey’, de Salvador Sostres en ABC, que alguien vuelve a recuperar. En él promulga la cualidad divina de los monarcas y la falta de autoridad de los súbditos para criticarlos: «Un rey es un rayo de luz que atraviesa la Historia. Un rey es el vínculo más atávico entre el hombre y la Creación, el hilo de oro del Misterio en la Tierra, y es el deber de sus súbditos respetarlo, obedecerlo y custodiarlo hasta que Dios lo llame de vuelta a su regazo». Hay que reconocerle el mérito a este personaje, que, aún a costa de caricaturizarse a sí mismo y redefinirse como el Torbe de las letras, ha alcanzado cotas inéditas en el arte de la provocación.

Con expresiones destempladas, también justificadas, alguien se sigue acordando de los razonamientos de nuestro alborotador local, el delfín, que propuso hace unas semanas la construcción de tres o cuatro campos de golf para incrementar el turismo de invierno y hasta retó a los ecologistas a debatir cara a cara el supuesto daño que provocan en el medio ambiente. Su inapelable argumento, que como en Ibiza tiramos al día el equivalente al riego de 18 campos de golf, bien podemos construir unos cuantos más. Incluso se tomó la libertad, imagino que en su condición extraoficial de monarca y heredero de Ibiza, de echar metafóricamente de la isla y pedirle que no volviera al científico del CSIC, doctor en Ciencias Biológicas y experto en cambio climático Fernando Valladares, que recogió el guante y ridiculizó su tesis y los motivos espurios que, a su juicio, hay tras ella. En Ibiza no tenemos sangre azul, pero la divinidad que promulgaba Sostres ahí está.

Finalmente, los vídeos de esos tres policías locales de Sant Josep que fueron a detener a un individuo por trapichear con droga en Platja d’en Bossa y acabaron rodeados por una marabunta, teniendo que soltar al delincuente, y la multitudinaria pelea de veinte británicos en las barcas de Sant Antoni, porque a unos borrachos no les dejaron subir a una party boat.

Imposible centrarse en pajarillos, crepúsculos y voluptuosidades. Solo cabe aferrarse al inconformismo y el pesimismo ilustrado de José Saramago, que concluyó que «los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay». Incluso si el mundo ya no tiene remedio.

@xescuprats

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