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Albert Saez

Tribuna

Albert Saez

La última reina (de verdad)

Suena a tópico. Con Isabel II muere una época. Pero sí. La conocemos casi mejor que a la reina de España. O que a la reina emérita. Básicamente, gracias a la ficción. Y a las revistas del corazón, que son el periodismo más cercano a la literatura imaginativa. La vemos despachando con Churchill. La sabemos fría como un cubito. La recordamos haciéndose humana para evitar que lady Di le arrebatara el trono en el corazón de los británicos. La hemos visto pasar de pasear entronizada en la Commonwealth a ser la última de la fila en las reuniones de jefes de Estado de la UE. La hemos visto sufrir por los desmanes de sus hijos y proteger a sus nietos de ellos mismos y de sus padres. Una reina que no ha gobernado, aunque no le obligue a hacerlo ninguna constitución escrita. Una reina que, como Maggie Smith en ‘Downton Abbey’, ha sabido acompasar el progreso y la tradición, manteniendo siempre ese punto medio que no han tenido, por ejemplo, en Chile.

Isabel II fue la primera reina coronada en la televisión. Como señalaron Daniel Dayan y Elihu Katz, con aquella retransmisión empezó a verse la historia en directo. Pero las cámaras entonces estaban mucho más lejos de los protagonistas que retrataban que los móviles con los que ahora la realeza se hace selfis. De la historia en directo hemos pasado a la era de la transparencia.

Y, ahora, los reyes se humanizan tanto que dejan de serlo. Acabamos viéndolos retratados con menores o en un safari en Botsuana. Isabel II siempre supo que la distancia es la antesala del respeto. Y la discreción, la base de la confianza. Por eso no habrá más reinas como Isabel II. Su entierro será la última gran ceremonia de la realeza europea. Los próximos monarcas serán enterrados por la puerta de atrás. Porque, vistos de cerca, han resultado demasiado humanos para merecer tanto respeto y confianza como necesita la monarquía para perdurar. Se acaba una época y eso no es necesariamente malo ni necesariamente bueno. La nuestra es una mentalidad que no acepta que las cosas se hagan porque siempre se han hecho de una misma manera. Bien. Pero esa pulsión llevada al extremo, nos adentra en el adanismo puro y duro. Lo hemos comprobado en el mismo Reino Unido. Vistos en el selfi, Boris Johnson se parece demasiado a Carlos de Inglaterra.

Albert Sáez | Director de El Periódico de Catalunya

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