Diario de Ibiza

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Olga Merino

La luz de agosto

Los diarios suelen ser «depresivos» porque la gente feliz no escribe. Lo decía el otro sábado Santiago Gamboa en Babelia, citando como ejemplos los de Virginia Woolf o Sylvia Plath, «verdaderos tratados sobre la tristeza y la melancolía». Hombre, algo de razón lleva el escritor colombiano, pero puestos a discrepar amistosamente, despuntan en el género admirables contrapesos, como las páginas que escribió Samuel Pepys en el Londres del siglo XVII: sus lances eróticos, comilonas e intrigas palaciegas suscitan carcajadas de sujetarse la tripa. Y los Diarios de Iñaki Uriarte son para quedarse a vivir… Con el maestro Uriarte, un Montaigne sin castillo a caballo entre Bilbao y Benidorm, me iría a tomar coca-colas y fumar hasta la llegada del apocalipsis, que ya está en puertas. Sucede con el diarismo que floreció tarde en España, tal vez por el arraigado pudor hispánico en la expresión de las emociones y sobre todo por culpa de los curas, quienes, tras la rejilla del confesionario, desbarataron el sano ejercicio de la introspección, el examen de conciencia sin comisionistas. Ave María purísima, derrama tus pecados sobre la avidez de mis oídos.

Una de mis tías, de las que duermen con el aire acondicionado hasta las cinco de la mañana, desencadena un cortocircuito en el grupo de WhatsApp tras colgar el último recibo eléctrico: 176,43 eurazos. Luz de agosto se titula su drama, como la gran novela de Faulkner. Nada que reprocharle: puede que la gente feliz no escriba, pero trata de respirar en este bochorno de chapapote y pagar las facturas.

Mientras el sablazo a mi tía suena cual cuerno de caza en el bosque de las catástrofes, se levanta la liebre de que España ha estado comprando gas ruso a manta durante los meses de julio y agosto. Resulta que con el gas se hace luz, y al contribuyente le hacen luz de gas con el sudoku geoestratégico sobrevenido tras la guerra en Ucrania. El arma letal de los rusos no son tanto las ojivas nucleares como el frío. Cuenta Antony Beevor en ‘Stalingrado’ que Von Paulus mantenía a sus tropas en marcha a base de alcohol, metanfetaminas y la obsesión del combate cuerpo a cuerpo con los soviéticos. Pero, desnutridos y sin ropa de abrigo adecuada, en cuanto el hielo siberiano enseñó los colmillos, los soldados alemanes fallecieron a puñados de congelación e hipotermia, de manera que el llamado General Invierno se colocó a la altura estratégica del mariscal Zhúkov. Frío pelón contra los nazis, en la invasión napoleónica y ahora, con el cierre del Nord Stream. La corriente de la historia.

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