Diario de Ibiza

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Miguel Ángel González

Desde la marina

Miguel Ángel González

Paellas y funerales

Exiliado forzoso por circunstancias que me alejaron de la isla hace ya muchos años, regreso a ella siempre que puedo y, para mi sorpresa, no hay estancia, aunque sea breve, de sólo unos días, en la que no asista –porque extrañamente coinciden- a paellas y funerales. Una semana es suficiente para que se den, como si se reclamaran, el óbito y la buena mesa. Es un hecho que al principio me resultaba chocante y casi surrealista, pero luego, pensándolo bien, he llegado al convencimiento de que no está mal que vayan de la mano, cada cosa en su momento, lo luctuoso y lo festivo. Tiene cierta lógica que sea así. Ibiza es una isla pequeña y la parroquia de toda la vida, en los pueblos y también en la ciudad, nos conocemos más o menos, aunque sea sólo de vista. Esta circunstancia explica que, por mero respeto y bonhomía, cuando alguien nos deja y vemos su estela en estos papeles, tengamos la buena costumbre de despedirle y transmitir nuestras condolencias a sus allegados. Esto explica, en parte, creo yo, la relevante concurrencia que en la isla tienen los funerales. En cierta manera, juega también en ello cierto fatalismo ancestral y el sentido natural que entre nosotros ha tenido siempre la muerte. Conscientes, posiblemente, de que lo raro es vivir.

Pero, por otra parte, somos hasta la médula, mediterráneos. Lo que significa que practicamos el carpe diem con aplicación. ‘A vivir, que son dos días’ es una premisa que tiene entre nosotros mucho peso, y esa puede ser una de las razones de que, tras un sepelio, sin remordimientos y, si cabe, como homenaje al difunto, podamos compartir, pongo por caso, una paella.

De hecho, en los tiempos idos, cuando uno traspasaba en su propia casa –no como ahora que lo hacemos en la anodina habitación de un hospital o residencia-, a quienes acudían a dar el pésame se les invitaba a buñuelos y a un vasito de vino. No era, por supuesto, un encuentro festivo, pero sí de agradecimiento por recordar al difunto y, sobre todo, una celebración de la vida. Y también, creo yo, una forma discreta de decir aquello de «nosotros todavía estamos aquí, molts anys de vida!».

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