Diario de Ibiza

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valentin villagrasa

Desde la Mola

Valentín Villagrasa

Póntela, pónsela

Las historias que aquí contamos se suceden en pequeños momentos de la vida cotidiana de muchos ciudadanos, que pasan normalmente desapercibidos, pero en ocasiones dejan de ser anécdotas sin relevancia y se transforman en una épica exigua en el tiempo, pero intensa en el instante. Situados en el aeropuerto de Barcelona a eso de las doce y media del lunes 22 de agosto en la puerta de embarque del vuelo VY3510 hacia Ibiza. La azafata con amabilidad y contundencia te conmina a usar la mascarilla al entrar en el avión. Hasta aquí todo en orden… «Ocupen sus asientos y les recuerdo que deben mantener la mascarilla en todo momento, cubriendo nariz y boca», insisten desde los mensajes grabados. Hete aquí que unos jóvenes (respecto a mí) con aspecto de Ibiza discoteca, pasan de las normas y lo de la mascarilla, el covid, la educación y otras pavaditas (que diría un argentino) no va con ellos. Sin actitud chulesca (valga decirlo) pero pasando de todo se acomodan en sus asientos sin mascarilla, ni atisbo de usarla. Eso sí, uno la llevaba de brazalete sustituyendo algún souvenir de conchas marinas. Me dirijo al tripulante de cabina (antes azafato o aeromozo) y le pregunto si yo también puedo quitarme la mascarilla. La respuesta es inmediata y sugiere a los tres sujetos (antes mencionados) su uso… Seguimos en orden y los dos nos miramos con cara del ‘deber cumplido’. La satisfacción dura exactamente unos minutos, porque las mascarillas de los susodichos vuelven a caer e incluso vuelven a servir de adorno de una barba bien recortada (está de moda eso de barba con mascarilla). Y así durante el vuelo. Supongo que la actitud permisiva del tripulante de cabina obedece a una firme voluntad de mantener la calma y no provocar un altercado en pleno vuelo (loable en todo momento).

Pero eso de imponer la «santa» normativa exigida por las autoridades a obedientes ciudadanos o aquellos que no tenemos media bofetada, molesta (por ser benévolo el calificativo) y pasa lo que pasa. Si además la pareja de al lado mantiene una actitud amorosa, más allá del romanticismo exigido a una relación incipiente y cambian un avión en vuelo por la última fila de un cine de barrio en tiempos pretéritos y además se acumula un retraso (en este caso eximimos a la compañía) por culpa de un pasajero que factura dos maletas y no se presenta al vuelo... Vayan mesurando el factor cabreo y la firme voluntad de contárselo este mismo miércoles.

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