Según contaba el capitán de mi escuadrón de caballería (ya mecanizada), el trato con equinos inducía en los oficiales del arma cierto vocabulario brutal que era costumbre compensar llamándose con superdiminutivos. Por ejemplo, alguien de nombre Pedro sería entre ellos Pedritín. Un caso de triunfo de la ley de compensación. En el seno de la Fórmula 1 se ha considerado impropio el epíteto que Alonso dedicó en Spa a Hamilton, tras intentar este un adelantamiento irresponsable (de hecho el inglés saldría por los aires): idiota. A esto respondió Hamilton que ya sabía lo que Alonso pensaba de él. A la llegada Hamilton admitiría su error y Alonso echaría pelillos a la mar. Pasando ahora a la caballería andante, la exquisitez de formas y respeto al fair play atribuido al caballero tendría que ver con su brutalidad homicida y su juego con la muerte. El insulto sería cosa de cobardicas.
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