Diario de Ibiza

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Noemí Martínez

Tres horas en el paraíso

El otro día iba en el coche con el objetivo de llegar a una cala de la que nunca recuerdo el nombre a la que quería llevar a una amiga. Me equivoqué de cruce y, de repente, estaba metida en un camino que iba hacia algún lugar conocido, pero por el que nunca había accedido. Aparqué y empezamos a andar. «¿Pero sabes a dónde llega?», me preguntó. Negué con la cabeza. Llegamos a un acantilado y a la derecha vimos una pequeña calita de agua cristalina en la que solo había un hombre leyendo un libro. A unos 20 metros dos pequeños barquitos. Buscamos cómo llegar a ese pequeño rincón solitario en pleno mes de agosto. Tres horas en el paraíso, siesta incluida. Media hora antes del atardecer, nos montamos de nuevo en el coche en busca de la puesta de sol. Acabamos en la típica playa a la que todo el mundo va porque la recomienda Google. Nosotras fuimos por cercanía. Cientos de personas abarrotadas en un arenal en el que no cabía ni una hormiga más. En 20 minutos pasamos del silencio absoluto a los aplausos al esconderse el sol y a los drones que no se querían perder el espectáculo. Y está bien poder elegir entre la tranquilidad y el jaleo. No sabía a dónde iba, pero sé que perderse a veces es encontrarse. Ibiza es esto. Y esta también es su magia. Cada uno que se quede con lo que quiera.

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