Diario de Ibiza

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Josep Maria Fonalleras

La voz de los muertos

Recientemente, en Las Vegas, Amazon presentó el prototipo de una novedad en inteligencia artificial que vendrá a cambiar las vidas de las personas que tengan el asistente de voz Alexa. No sé a ciencia cierta si les cambiará la vida, pero sí que les introducirá en un universo extraño, inquietante, quizás subyugante para algunos.

Hasta ahora, podías elegir la voz de Alexa entre un abanico de opciones posibles y programadas. Te hacías a la idea de que la conocías y te la apropiabas. Ahora, esa voz podrá ser la de un difunto. Con solo un minuto de audio (recuperado de un antiguo mensaje, de una grabación doméstica) la voz del familiar fallecido aparecerá de repente y te avisará de la canción de Spotify que has elegido o del tiempo que hará mañana en la costa o en Roma. Y también podrá intervenir en la vida de los vivos, contando cuentos a los niños o despejando una duda sobre la serie que quieres ver en una plataforma.

Esta voz de ultratumba no emitirá mensajes del Más Allá ni convocará espíritus fantasmagóricos, pero, poco a poco, se hará habitual en el día a día, de modo que se convertirá en una presencia real.

Ya hay experimentos que quieren resucitar a los muertos. Puedes mantener conversaciones escritas con amigos traspasados, a partir de los rasgos característicos de su prosa, y puedes montarte la película de quedar con ellos para tomar un café. No vendrán a la cita, eso seguro, pero siempre puedes imaginar que les ha salido algún impedimento de última hora. Y también se puede simular, a través de la realidad virtual, un universo en el que aparece la persona querida que ya no está, y puedes jugar a que juegas con ella o te la llevas de excursión... hasta que desconectas el aparato y todo se evapora.

La voz de Alexa será también una ilusión, un engaño, pero puede convertirse en una compañía que podríamos llamar tangible y que alguien puede llegar a pensar que es benefactora. ¿De verdad que saben lo que hacen? ¿No saben que los muertos están muertos y que solo podemos tenerlos al alcance si somos capaces de reconstruir los fragmentos dispersos de los recuerdos que nos dejaron? ¿No saben que reviven solo si tocamos las cosas que tocaron –como decía acertadamente, intensamente, Vinyoli– o si pensamos que vivimos para ellos (y con ellos) todo lo que vivimos sin ellos?

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