Diario de Ibiza

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Juan José Millás

No había medusas

Dábamos por seguros el gas, el agua, la electricidad. Dábamos por supuesto el frío razonable del invierno y el calor lógico del verano. Contábamos con la llegada del miércoles, con el advenimiento de las Navidades y de la Semana Santa. Estaba garantizado el puesto de trabajo, eran indudables los trienios, alcanzaríamos la maternidad o la paternidad, obtendríamos un préstamo hipotecario, nos haríamos con un piso de tres habitaciones y dos baños, quizá con una casa en las afueras con jardín, perro y estanque con peces de colores. Devendríamos abuelos. No sabíamos de dónde venía el gas, de dónde el agua o la electricidad como no sabemos de dónde vienen los miércoles o los domingos. Es posible, sin embargo, que un día no llegue el lunes o que se privatice y no lo podamos pagar porque se haya puesto por las nubes, como la luz, el aire acondicionado o la calefacción.

Dábamos por supuesta la sintaxis, la gramática, el orden alfabético, la sanidad pública, la educación gratuita, el asfaltado de las calles como dábamos por seguros el IRPF, el IVA, el IBI e internet. Teníamos por delante todo el futuro que ahora tenemos por detrás. La vida estaba montada sobre un sustrato de supuestos que permitían la existencia de la filosofía, la literatura, y los coloquios sobre las películas de arte y ensayo, así como las mesas redondas sobre las relaciones entre la economía y la salud mental. Dábamos por supuesto el cine y el teatro y la circulación de la sangre y la esfericidad de la Tierra y la fruta de temporada y el viaje a Londres o a Nueva York cuando Londres y Nueva York eran lugares míticos como lo fueron Roma o París o California.

Creíamos que el mundo, al fin, empezaba a hacerse cuando en realidad empezaba a deshacerse con la llegada de los primeros pantalones vaqueros de Bangladesh y los primeros relojes digitales de Japón y las primeras empresas de trabajo temporal y la cultura de la subcontrata y de la externalización de los servicios básicos. Habíamos tomado por eternas la industria textil catalana y la cuchillería de Albacete y las naranjas de Valencia y las cartillas de ahorro y la imposición a plazo fijo. La inflación era una bestia de otras latitudes, igual que los contratos de un día o de unas horas. Y en nuestras playas no había medusas.

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