Diario de Ibiza

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Pilar Galán

Planeta Agostini

Se avecina un otoño calentito, no solo por el cambio climático, que ahora admiten hasta los más escépticos. No ha llovido en meses y no parece que vayamos a contemplar muchas nubes, pero sí reportajes que nos muestran todo lo que ha salido a la luz por la sequía, desde las piedras del hambre en Alemania al dolmen de Guadalperal, convertido en atractivo turístico,y no en muestra del espanto que nos espera si no llueve. En lugar de verlo como una advertencia convertimos en fotos retocadas la señal de que se avecina un desastre. También he escuchado protestas por que se destine el agua a la agricultura y no a mantener abiertas las piscinas naturales o artificiales, lo que dice mucho de nuestra inteligencia como especie. A eso le sumamos que llevamos seis meses anestesiados viendo en las noticias la guerra de Ucrania, y escuchando cómo las sanciones están provocando la enorme inflación que agota la economía de los de siempre. Todo ha subido, hasta los productos de proximidad, como los tomates y las sandías, cuya relación con la guerra se me escapa, pero la fruta de verano se ha convertido en un lujo, y una rodaja de melón o sandía en adorno más que menú cotidiano. Nos quejamos del calor, pero en breve nos quejaremos del frío y de la escasez de gas o del precio de la electricidad. Además, somos un país más envejecido que nunca, más despoblado que nunca y con peor humor.

Para rematar llega septiembre, mes de las gomas Milán y los lápices de madera, y el nuevo curso escolar que nos afecta a casi todos (como padres, hijos o profesores) nos trae la enésima reforma educativa. Y esto, que podría haber significado una oportunidad de oro para aventar lo casposo y mantener lo sensato, para premiar a quien se esfuerza y no convertir el título de secundaria en un papel sin sentido, se ha convertido en un brillibrilli de ocurrencias más a la altura de un catálogo de supermercado que de una ley educativa. Y hablando de catálogos, menos mal que llega septiembre. En medio del calor que no cesa, de la subida de precios, de las malas noticias de la guerra, la natalidad o la educación, vuelven por fin los folletos del otoño. Cómo hacer punto de cruz, cómo construir una maqueta de la nave nodriza, cómo coleccionar banderas de países, monedas, escudos o automóviles antiguos. En sus páginas satinadas está la salvación. Compren fascículos, aprendan inglés, italiano, monten un esqueleto o preparen sus cajas de minerales. O empezamos a levantarnos contra la estupidez reinante, o nos rendimos del todo sentados a una mesa camilla en la que habrá que encender muy pocas veces el brasero. Por si acaso, encarguen el primer fascículo. Si no les convence, siempre podremos utilizar las tapas como tejado, combustible y refugio para estos tiempos inciertos.

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