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valentin villagrasa

Desde la Mola

Valentín Villagrasa

«Joé qué caló»

El chascarrillo sevillano trasladado a una camiseta de uso común es este verano la expresión más utilizada por turistas, de lenguas diferentes, pero pronunciada en castellano “cheli”. Si hubiera una estadística veríamos que el ranquin de frases hechas estaría encabezado por la referencia al calor (inhumano) que estamos padeciendo en los cuatro puntos cardinales. Quedan, ya en el recuerdo, las alusiones a las vacaciones, a los viajes, a las cuchipandas, a las fiestas con final feliz, a las fiestas de pueblo con tomatina incluida. Ahora el diálogo entre personas de educación varia o de los sin educación es ese “joé qué caló” y las consecuencias directas sobre el comportamiento del turista a la hora de elegir bebida en restaurantes, bares o chiringuitos (en Formentera decir esta palabra es como nombrar a la “bicha” en medio de las chirigotas de Cadiz). Se impone la sangría (la barata, la cara, la de “champagne” que hace más chic) con mucho hielo, por favor. La birra bien fría, el tinto de verano, algún calimocho para los venidos de Euskadi y un producto de reciente incorporación al vino, léase blanco, pero también en tinto (menos) el “con mucho hielo”… Al grito de “tengo mucha sed” (qué buena es el agua, incluida la carbónica) póngame un blanco seco (verdejo casi siempre) con un cubito de hielo, mientras te mira con ojos de perro pachón y orejas caídas, como pidiendo disculpas o como si tuviera que confesarse ante un pecado contra el dios Baco. Si esto sigue así tendremos que cambiar las cartas y en el apartado “Vino a Copas” ofrecer a modo de indulgencia plenaria algo como “se sirve vino y cava con hielo” sin sentirse culpable y sin arrepentimiento fingido.

Un día y otro día siguiendo el telediario para saber hasta cuándo esta ola de calor y si eres abstemio de noticias o estás de vacaciones hasta del periódico online y a las ocho y diez de la mañana el termómetro marca 31 grados puedes decir sin mentir “joé qué caló”. En esta ola hemos constatado que la capacidad del masoquismo humano no tiene límites. Los restaurantes a pie de playa (y otros de interior) están llenos y a eso de las dos (doce, hora solar) con un sol de injusticia y más tarde, en el segundo turno, soportan una de “sanlorenzo” veraniego aliviados por algún ventilador misericorde y con ingentes cantidades de hielo en la bebida. Sudando la gota gorda, con abanico auxiliar, suspiros de incomodidad, pero cumpliendo con su labor de turista, inasequibles al desaliento.

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