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José María de Loma

Bajo a la farmacia

Un día eres joven y al otro pronuncias la frase «bajo un momento a la farmacia». Te sale así, natural, nada impostada, como cotidiana. Sin alarmismo, sin que parezca que estás dando una exclusiva o cantando bingo. «Bajo un momento a la farmacia». La frase incluye una promesa temporal: «un momento». O sea, no es «voy a por tabaco», que tiene algo legendario como de vete a saber tú si vuelvo. A mí lo que me ha gustado siempre es bajar al chino o al súper, que si unas papas fritas, que si una cerveza, que si un antojo de último momento. Ahora va uno a la farmacia a causa de un oído taponado (me gusta más entaponado), a por un test para el covid, un apiretal para el chavea, un termómetro, un analgésico... Comprar un termómetro es un acontecimiento vital. Yo he comprado dos en mi vida. Tal vez entonces no esté siendo la mía una existencia con temperatura.

Uno ha pasado de tener un barman de cabecera a que el confesor para las penas sea el farmacéutico. Cosas de la edad. Y de la jaqueca. Antes le dábamos dolor de cabeza con nuestras confidencias al camarero, ahora el boticario nos da un fármaco para ese dolor de cabeza que nos pone la vida. Estás definitivamente cascado cuando el farmacéutico sabe tu nombre.

Hay quien va tanto a la farmacia que más que farmacia de guardia es farmacia de guarida.

Con todo, lo peor no es bajar a la farmacia. Lo malo viene después, o sea, subir de la farmacia. Lo más seguro es que haya hecho mal el encargo, no me haya enterado de las dosis o posología o sin que lo necesitemos me hayan colocado unos caramelos de menta, unas gotas para el oído y unos chicles contra la tos. Entonces vendrá la bronca o la autorecriminación. La recriminación es como el medicamento: hay que huir de la automedicación. También de la autorecriminación. Bastante te regañan ya los demás.

La gente cree que la aventura está en el Everest o el Niágara. Eso es que no han buscado una farmacia de guardia en mitad de una noche lluviosa con el llanto de un bebé aún taladrando tu cerebro y memoria.

«Bajo a la farmacia un momento». Con esa tasación temporal, un momento, que le ponemos a lo que deseamos sea indoloro y rápido trámite para cuerpo y espíritu. Claro que cualquier día bajo y encuentro una rebotica. Ahí es nada conspirar o fundar una tertulia entre ungüentos, píldoras, mejunjes y fórmulas magistrales. Con un amigo en bata blanca dirigiendo la conversación. Lo mismo me recetan un final para el artículo.

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