Diario de Ibiza

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Pilar Galán

Madrid no se apaga

Duele la luz de agosto, como zumo de limón, por las mañanas, y se vuelve terracota en los atardeceres de este mes augusto y lento cuyos días se deslizan entre los dedos sin que nos demos cuenta. En medio de la placidez y el sopor de este calor que no cesa, que empapa nuestras sábanas por la noche y nos despierta con la cabeza volandera, han empezado las señales del invierno. Esta vez no son los adelantados de siempre, los previsores que hablan de la vuelta al cole alegremente cuando aún no nos hemos ido y machacan a los niños con anuncios de ropa que pica y zapatos duros que ahora no pueden encajar en los pies eternamente descalzos. Esta vez la amenaza no es la rutina de un septiembre cada vez más incierto entre tanta ley educativa que va y viene, tanta memez de quita y pon y tanto anuncio de una selectividad nueva que servirá exactamente para lo mismo que la anterior, o sea, para nada, solo que con más maquillaje que quedará como un brochazo sobre las arrugas de un sistema que envejece a ritmo de supuestas modernidades.

Las señales de lo que nos espera se cuelan en el telediario que intentamos ver con los ojos semicerrados por el sueño, o en los periódicos, este mes tan ligeros. Vienen tiempos malos, y no vienen solos. Este calor ha llegado para quedarse, las lluvias no aparecen, se secan los pantanos y la guerra de Ucrania continúa por encima del rumor alegre de los chiringuitos. Se avecina un otoño de restricciones, no solo de agua, sino también de energía. Por eso, aunque se puede hacer mucho más, me parece adecuado que se limite la temperatura del aire acondicionado y se apaguen las luces innecesarias. Es de locos tener que abrigarse para entrar en algunos edificios en pleno verano y es de idiotas tener las puertas abiertas y pretender que el interior siga frío. Por algo se empieza, aunque la lista es mucho más larga, pero si no queremos enfrentarnos a un invierno muy duro, debemos empezar ahora.

Después habría que seguir con el despropósito del derroche de agua en un país en el que siempre ha llovido menos que lo que necesita la avidez turística de urbanizaciones, piscinas, campos de golf y jardines siempre verdes a costa del riego constante. Las amenazas del frío parecen una broma en medio de este calor, pero es un problema que nos afecta a todos, no solo a nuestro país, sino al mundo entero. Pretender convertir Madrid en la aldea gala de la resistencia frente a medidas de sentido común es una absurda pataleta. Se pueden criticar las decisiones y tratar de mejorarlas, pero el invierno vendrá para todos, y no estaría mal dejar de gastar energía en rabietas y empezar a ahorrarla por el bien común, ajeno a cualquier partido y a cualquier protagonismo desmesurado.

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