La movilidad en Ibiza es una hidra, un monstruo polícéfalo del que no nos libraremos cortándole una sola cabeza. Solucionar el problema de movilidad exige atacar todos sus frentes. Regular la entrada de vehículos en los julios y agostos, como ahora se plantea, está bien, muy bien, pero es sólo parte del problema. Con 155.000 coches en danza, el problema lo tenemos también en invierno. Sobre todo, en dos casos: en el masivo aparcamiento en las calles de Vila y en los tres únicos accesos a la ciudad que ya teníamos hace 100 años. Las avalanchas del verano empeoran la situación con la congestión de acceso a playas, en las que tampoco tenemos suficientes estacionamientos. Sin olvidar el caso especial de las Salinas que, dentro del Parque Natural, es ya de juzgado de guardia. Utilizando ‘lanzaderas’, si fuera necesario gratuitas y de alta frecuencia, en el Parque no tendría que entrar ni un solo coche.
Habrá que repetirlo las veces que haga falta. La dispersión de las viviendas y de las playas impide que el transporte público sea eficaz. Es imprescindible afrontar la movilidad de forma integral. Las calles de Vila sólo se librarán de su masivo aparcamiento con macro-estacionamientos perimetrales obligatorios y baratos. Los accesos a Vila -con las tres únicas carreteras que tenemos- sólo ganarán fluidez si atravesamos con vías radiales y rotondas los dos cinturones que tienen encorsetada la ciudad.
Y en las playas necesitamos controles de acceso que den el ‘completo’ cuando determinado cupo se cubra, lo que implica disponer de aparcamientos en las proximidades de las calas y playas. Y algo similar habría que hacer en el acceso a los mercadillos. Si además de eso, limitamos el número de vehículos de alquiler y la entrada de coches en verano, es decir, si atacamos de una puñetera vez todos los frentes del problema, es posible que a medio o largo plazo se pueda reconducir esta situación que es ya de locos.
