Diario de Ibiza

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Miguel Ángel González

Desde la marina

Miguel Ángel González

El carreró de la xeringa

Estoy en un restaurante de Sant Agustí con unos amigos y en una mesa vecina tenemos una celebración familiar con abuelos, padres, hijos y nietos. Un niño que puede tener dos años, sentado en una de esas sillitas altas que se suelen facilitar a los clientes que llegan con peques, se entretiene con una revista que le ha dado su madre para que no dé la lata. Me fijo en él y me sorprende con un gesto de su manita que no es propio de su edad. Con manifiesto cabreo porque no consigue lo que quiere, presiona con el dedo índice de su mano derecha la página que tiene delante.

Su madre ve mi sorpresa, me sonríe y me dice: «Es que así, con el dedo, cambia la pantalla del teléfono móvil». Le agradezco la aclaración, pero me da qué pensar y, cuando ya se han ido y andamos en los postres, comentamos el caso que no parece extrañar a nadie. Todos coinciden en lo mismo, en el peso que tienen hoy las pantallas de la TV, del smartphone, de las tabletas y de los ordenadores.

De una cosa pasamos a otra y nos acordamos de nuestros tebeos que, por cierto, a todos nos sorprende que hayan desaparecido. Sobreviven los cómics, pero son ya revistas para adultos. Acabamos hablando del carreró de la Xeringa, por el que muchos de nosotros nos hicimos lectores.

En nuestros primeros años tuvimos en Casa Carlos un maravilloso tabuco en el que encontrábamos tebeos de segunda mano que cambiábamos por los que ya habíamos leído o no nos interesaban. Ya adolescentes, también tuvimos allí novelas del Far West, del Coyote y Zane Grey. Y cuando nos apuntaba el bigote, en un establecimiento vecino del mismo pasaje, Casa Vilar, comprábamos de matute textos inencontrables de Gide y Camus que entonces sólo publicaban editoriales argentinas y mejicanas, caso de Sudaméricana y Losada.

No conduce a nada decirlo, pero muchos de aquella quinta añoramos, tal como entonces era, el carreró de la Xeringa. Aquella Marina era otra Marina.

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