El West End es un desafío mayúsculo. Lo es desde hace décadas para cada equipo de gobierno municipal. El West pone a prueba la capacidad de gestión, la determinación, el compromiso de quienes tienen la responsabilidad de buscar soluciones a los problemas comunes, porque para eso se les vota. Hay quien opta por mirar hacia otro lado, por pasar de puntillas sobre el estercolero en que se convierte cada noche esta zona de marcha y esperar a octubre, cuando llega el cierre natural por fin de temporada y el problema se olvida hasta que en verano la inmundicia emerge de nuevo. De hecho, esta es la actitud tradicional de los que se han ido sucediendo en el Ayuntamiento, para desesperación de los ciudadanos. Porque claro que hay que tener zonas de marcha, pero otra cosa muy distinta es que estén tomadas por borrachos que orinan y vomitan en cualquier sitio; que cada mañana amanezcan alfombradas de porquería y bombonas de gas de la risa. Está más que comprobado que no hacer nada no es la solución, y tampoco lo es limpiar la basura lo más rápido posible a la mañana siguiente. El equipo de gobierno debería explicar qué plan tiene para el West, si es que tiene alguno, aunque a lo tonto ya hemos llegado casi al final del mandato y en el horizonte ya asoman las elecciones. Salvados por la campaña.
