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Josep Maria Fonalleras

Las palabras de Pujol y los libros de historia

Jordi Pujol siempre ha pensado en la posteridad y por eso la confesión de hace ocho años le dolió en el alma. Porque, dando ese paso, él mismo talló la losa que debía sepultar su legado, de hecho, lo único que valora. La inquietud de Pujol, más allá de las circunstancias delictivas que le rodean y que rodean a su familia, es saber cómo le tratarán los libros de historia y tratar de transmitir un mensaje, ahora, anciano, que le salve de los infiernos y que le instale, cómodamente acurrucado, en un estante memorable de los anales. A pesar de sus escasas apariciones en los medios, intenta que la regeneración futura se consolide de tal modo que emerja un retrato final a medio camino del personaje redentor de la patria y el ciudadano honesto “que vive instalado en el dolor”.

Pujol tiene esperanza (“si la pierdo, me moriré”) y pereza (“me la da vivir cinco o seis años más”). Son las dos piezas fundamentales de las confesiones en el programa de Josep Cuní. Reduce el peso de la losa a una afirmación vaga: «La verdad es que no todo ha ido bien», y se debate entre la esperanza en el perfil que el futuro dibujará y la pereza del esfuerzo necesario para hacer los últimos trazos de la enmienda ética.

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