Como hijo de un maestro de escuela con familia numerosa que estudió el Bachillerato gracias a una beca (sin ella no habría podido estudiar), no puedo menos que maravillarme ante la última fantasía de la presidenta de la Comunidad de Madrid, esa mujer que parece llegada de otra galaxia, de aprobar becas para hijos de familias con ingresos de hasta 180.000 euros que, además, estudien en colegios privados. ¿Quién da más? cabría preguntarse aquí y dejar el resto del artículo en blanco, pues es imposible hacer ninguna consideración normal. Pero es que no ha sido solo la presidenta de Madrid, de cuya salud mental mucha gente empieza ya a tener dudas (yo no: creo que es normal, lo cual es peor), la que piensa que con el dinero de todos hay que ayudar los ricos a que puedan pagar a sus hijos sus estudios en colegios de ricos. La dirección nacional de su partido en bloque ha salido en su defensa, incluso diciendo su portavoz en el Parlamento que con unos ingresos anuales de 100.000 euros se es de clase media. Yo que pensaba que lo era me he quedado desinflado. El argumento que da la presidenta de la Comunidad de Madrid para justificar su sorprendente medida (no se conoce en Europa ninguna igual) es que la libertad ha de ser igual para todos. Y lo explica: si todos los madrileños tienen derecho a elegir el colegio que quieren para sus hijos, sería discriminatorio que quienes eligen un colegio privado no tengan los mismos derechos, en este caso el acceso a una beca, que los de la enseñanza pública. Vuelvo a decir lo de antes: a partir de esto debería dejar el resto del artículo por escribir, pues es imposible decir algo coherente.

Pero es que la pasión me pierde. Como español que estudió gracias a una beca y como perteneciente a la clase baja de este país (hasta las declaraciones de Cuca Gamarra, la portavoz parlamentaria del Partido Popular, creía que era de clase media, pero ya no), no acabo de comprender cómo lo que estudié en la Facultad de Derecho acerca de la redistribución de la riqueza por el Estado a través del dinero de los impuestos ha pasado de ser de los que más tienen a los que menos a que sean estos los que paguen a los ricos sus caprichos. Robin Hood, el legendario forajido inglés, también se habría quedado sin palabras como yo si de repente hubiera tenido que cambiar sus objetivos y empezar a robar a los pobres para dárselo a los ricos en lugar de lo que hacía según la leyenda, que era lo contrario, pero por suerte para él se murió antes de que naciera Ayuso. No como yo, que soy su vecino y tengo que sobrevivir a sus declaraciones y ocurrencias, demostración casi todas de que en España es verdad que cualquiera puede llegar a presidente, no en los Estados Unidos de América, donde para llegar hay que saber inglés. Llegado a este punto, no tengo más remedio que terminar el artículo, así que lo haré de la forma más educada y respetuosa posible. Recurriré para ello a Charles Bukowski y a Napoleón, dos personas libres de toda sospecha. Dijo Bukowski: “El problema del mundo es que las personas inteligentes están llenas de dudas, mientras que las personas estúpidas están llenas de confianza en sí mismas”. Y Napoleón: “En política la estupidez no es una desventaja”. Que nadie piense que me refiero a la presidenta de la Comunidad de Madrid con esas dos frases, me refiero a mí por intentar entender el mundo.