Diario de Ibiza

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Jero Díaz Galán

Orgullo y miedo

«Está en juego la libertad de todos, el poder vivir y amar sin miedo»

Mi Laurita sin igual, como yo la llamo, siempre fue una niña especial, inquieta, viva y muy cariñosa. Ya desde pequeñita iba haciendo amigos por todos lados y si no había niños alrededor, se acercaba a los adultos para contarle su vida, para decirle, por ejemplo, que ella había nacido en Badajoz, no en Mérida, o que a su madre la llaman Momi pero su nombre verdadero es Jerónima, dos de sus confesiones más frecuentes.

También era un clásico en ella hacer el chiste de que su tía vivía en «cuatro tetas» para luego aclarar entre risas que se trataba de Dos Hermanas.

Laura lo contaba todo, aunque le dijeras que no lo hiciera, porque ya desde muy niña parecía incapacitada para la ocultación y la mentira.

Siempre ha sido la alegría personificada, sin dejar de ser protestona. La típica que ríe por todo y llora por nada, pero no sé por qué hasta su rabietas infantiles hacían gracia y al final era raro entre tanta exageración que todos, incluida ella misma, no termináramos partiéndonos de risa.

Su primera edad del pavo, como la recordamos entrañablemente en familia, fue casina pero divertidísima, porque se dedicó en cuerpo y alma, como solo ella sabe hacerlo, a reírse de todo y por todo, a un hacer el tonto que no parecía tener fin.

Llegó la adolescencia y ella y su verdad se reivindicaron con más fuerza que nunca, como corresponde a esta etapa de la vida, y mi Laurita salió del armario antes de entrar en él con toda la naturalidad del mundo, volviendo a demostrar su incapacidad para la ocultación y la mentira.

¿Orgullosa de ella? Muchísimo. No podría ser de otra manera, sobre todo porque es una mujer en ciernes libre y valiente, que vivirá la vida que ella quiera vivir, ya lo hace, con coherencia, honestidad y responsabilidad.

En ese vivir y dejar vivir sin hacer daño a nadie, Laura, matrícula de honor en su trayectoria académica, ha ido afianzando su condición de joven solidaria y respetuosa con los demás, sobre todo con los más débiles, con los frágiles, con los minoritarios, una actitud cada vez más necesaria en este mundo de acoso, odio y desigualdad.

«No eres libre cuando haces lo que quieres. Eres libre cuando expresas lo que eres» y eso decidió mi hija hacer en plena adolescencia, con una madurez y una congruencia que a mí como madre me enternece y me enorgullece.

Nuria, bellísima por dentro y por fuera, es la novia de Laurita desde hace más de dos años. La dos viven su amor sin aspavientos pero sin tolerar que su relación sea cuestionada por el hecho de ser dos mujeres y muy jóvenes, 18 y 19 años.

Una diputada de Vox en la Asamblea de Madrid dijo hace un tiempo que prefería no tener nietos si su hijo fuera homosexual, como si el odio pudiera estirarse incluso entre los suyos y de generación en generación, por los siglos y los siglos. Yo, en cambio, ya tengo dos nietas imaginarias, Martina y Minerva, los nombres elegidos por sus futuras madres, porque soñar es gratis y porque los anhelos e ilusiones reverdecen el alma.

Tengo plena confianza en Laura y en Nuria, en que sus vidas merecerán mucho la pena, ojalá juntas, pero también por separado. Sin embargo, aunque a ellas nunca se lo digo, tengo miedo de que la intolerancia y el odio pudiera dañarlas en algún momento simplemente por amarse, con cualquiera de sus múltiples expresiones, todas violentas, nocivas, repugnantes, inadmisibles.

A veces temo que vayan juntas y felices por Madrid, donde ahora estudian y viven, y algún desalmado pueda atreverse a arrebatarles, aunque solo sea por un segundo, esa paz, esa dignidad y esa alegría que ellas tienen y merecen.

Por eso, me aterra Vox, no me importa confesarlo, con sus discursos enrabietados y tan rebosantes de rencor que a veces solo pueden encontrar justificación en una maldad infinita y en un desprecio absoluto a los derechos humanos.

Acaba de celebrarse el Día del Orgullo LGTBI+, pero tenemos por delante otros 365 días para seguir combatiendo desde todos los ámbitos de la democracia y de la vida los discursos del odio, sin restarles un ápice de peligro. Está en juego la libertad de todos, el poder vivir y amar sin miedo, no detrás de las puertas de un armario y sin escribir unos sonetos a los que tengas que llamar del amor oscuro, como le ocurrió a Lorca poco antes de ser fusilado «por maricón», porque el amor, como el deseo, nunca es sombrío, es siempre un inmenso arco íris con la luz y la alegría de todos los colores.

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