Opinión
El ruido en la isla de la calma
Estamos sometidos a una contaminación acústica en las islas que ya se ha integrado de tal forma en nuestro cerebro que no nos damos cuenta de que soportamos un volumen más alto de lo adecuado para nuestra salud, también la mental. No hace mucho compartía un momento con unos amigos a la orilla del mar, en un chiringuito. Ahora que ya están abiertos merece la pena. Una amiga tenía que acercarse a hablarme al oído para poder comunicarse. Y yo tenía que subir el tono de voz más de lo habitual. Era un atardecer tranquilo, cuando el sol tiñe de colores indescriptibles la línea del horizonte. Mi interlocutora en un momento del intento de conversación, mientras sonaba a todo volumen un tema de ‘Metallica’ por los altavoces, me dijo: «Te das cuenta de que no escuchamos las olas del mar». Y efectivamente intente poner todo mi sentido auditivo en escuchar el romper de las olas, pero nada, solo lograba escuchar las guitarras de uno de los mejores grupos de ‘heavy metal’. Entonces me di cuenta de que no merecía la pena estar rodeado de tanto ruido para no escuchar nada. Esta escena se repite a diario en chiringuitos, terrazas e incluso restaurantes. Se ve que la charla tranquila vende menos que la música disparada de decibelios.
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