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Pilar Galán

Cambio climático

Yo no soy científica pero tampoco agorera, a la manera de los que se colocan en la puerta de los hospitales para preguntarte por tu padre, y tras escucharte, sueltan esa frase que anima tanto: el mío estuvo así y duró dos días, una frase que alcanza las más altas cotas de falta de empatía.

No me agradan las conversaciones apocalípticas en las que todo acabará en una guerra o volveremos a adorar a ídolos que exigirán sacrificios humanos, pero hace falta ser muy bobo o pecar de excesivo despiste para no darse cuenta de que algo estamos haciendo mal con el planeta.

No llueve, los paraguas se han convertido en un objeto inútil, los embalses están en las últimas, y hemos convertido los ríos en una carrera de obstáculos para la corriente que tiene que superar riegos ilegales, vertidos químicos o desvíos por razones incomprensibles.

Los incendios se han convertido en noticia ya desde junio, advirtiéndonos de una de las consecuencias más graves de la despoblación. No solo es que los pueblos se queden vacíos, que ya duele, sino también que en los montes no queda nadie que pueda preocuparse de desbrozar o abrir cortafuegos, así que cuando algún imbécil tira una colilla o un descerebrado ahoga su ansiedad prendiendo arbustos, todo arde sin control alguno.

Y se suma la desolación de la tierra quemada a la de los pueblos sin nadie que quiera vivir allí, ahora menos que nunca. Pero el cambio climático no existe, nos dicen. Nos asfixiamos de calor en noviembre y no nieva en invierno, pero el cambio climático no existe.

Por eso, ponemos el aire acondicionado a temperatura polar (porque creemos que es un gusto estar en el trabajo bajo cero o ir a comprar con chaqueta en pleno agosto), seguimos poniendo trabas a las energías limpias, o despilfarrando agua intentando crear vergeles para turistas en zonas desérticas o piscinas enormes en zonas que pasan sed, como si no hubiera un mañana.

Y a lo mejor no lo hay, no como lo conocimos nosotros. He visto los ríos, la tierra, los incendios, los pueblos vacíos, la locura de congelarse en verano con el aire acondicionado. Y lo necios que podemos llegar a ser. Tampoco hace falta ser científica o agorera para predecir un futuro que aún estamos a tiempo de cambiar, si así quisiéramos, empezando no solo por reciclar o ahorrar agua, sino por elegir a quién nos representa.

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