Tanto el delegado de los agentes de la propiedad inmobiliaria, Jeffrey Fernández, hace una semana, como el director del Centro de Negocio Inmobiliario de CaixaBank en Balers, Omar García, el pasado miércoles, advierten de que el alza de precios de la vivienda es imparable y que está provocada, en buena medida, por la fuerte demanda de extranjeros (la mitad de las operaciones son, sobre todo, de alemanes y holandeses) para quienes las propiedades ibicencas resultan incluso una ganga (hasta un 50% más baratas) comparadas con las de sus países de origen. García asegura que el precio seguirá al alza y por mucho tiempo porque Ibiza resulta «atractiva» para esos especuladores. En 2018, Nueva Zelanda aprobó restringir la venta de inmuebles a extranjeros porque los precios se habían desmadrado un 60% por la intervención de inversores foráneos. Canadá acaba de hacer lo propio porque los fondos de inversión buitres están echando del mercado a las familias con ingresos medios. Aquí, las Pitiusas siguen en venta, convertidas en un indecente parqué bursátil donde sus habitantes importan un bledo. Nos están expulsando del mercado. Es un proceso de gentrificación de libro, pero a escala insular, no en un solo barrio. La soga que desde hace tiempo y poco a poco se ajustaba a nuestros cuellos, ya empieza a asfixiarnos.
