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Es Vedrà. Zona muerta

Es Vedrà se ha convertido en un jardín y hemos podido comprobar que en sus huecos anida el virot. Son buenas noticias tanto para el islote como para nuestros ecosistemas en general, porque ninguna de sus piezas debe entenderse sola. Y, sin embargo, quizás ninguna de las dos se acerque tanto a una gran noticia como el anuncio de que, por fin, la recuperación de este espacio natural alcanzará más allá de la superficie del agua. Porque, para los entusiastas de la roca más famosa del Mediterráneo tal vez sea difícil de creer, pero bajo los acantilados del jardín, es Vedrà es una zona prácticamente muerta. Ni ovnis ni vida. Bajo el espejo del agua, el dragón duerme sobre el desierto oscuro que ha dejado la pesca. No hay tesoro. Es así, sin paliativos; la pesca –todo tipo de pesca– ha arrasado el lugar.

Os lo pueden adornar de mil maneras y contaros cuentos de bancos de miles de corves en un paraíso marino, pero la verdad es que estos islotes no tienen ni la biodiversidad ni la cantidad de peces que deberían tener. Los han perdido. Año tras año. Y no es algo que solo veamos quienes buceamos en la zona –donde ya es más fácil ver redes que anfossos–, no, lo confirman los expertos.

Es Vedrà, es Vedranell y els illots de Ponent aumentarán su protección el próximo año con el plan de gestión del LIC Costa Oeste y habrá dos pequeñas zonas en es Vedrà y ses Bledes que serán reservas marinas. Son dos zonas con campos de gorgonias y un enorme potencial que justifican con creces la elección de estos espacios. Como explica el biólogo Pep Coll, uno de los expertos que se encarga del seguimiento de las reservas marinas, estos lugares combinan la presencia de corrientes, pendientes que alcanzan gran profundidad cerca de la costa y fondos de alta complejidad, tres características que nos indican que tienen más potencial que, por ejemplo, s’Espalmador para convertirse en hotspot, un punto de especial concentración de biodiversidad. Pero ses Bledes, en el último estudio que se llevó a cabo, tenía dos o tres kilos de biomasa de peces por transecto (la forma en la que se mide la cantidad de vida), lo que significa que partimos de una situación grave; para poder entenderlo, tal vez valga la pena decir que, en Cabrera, la biomasa de peces de interés pesquero es de veinte kilos por transecto.

Donde probablemente se note más las devastación es en la desaparición de los grandes peces, de esos peces más longevos –anfossos, corves, cirvioles…– que, si los dejas crecer, se convierten en los más grandes de sus hábitats, en los grandes depredadores. Y son esos, precisamente, el objetivo de la pesca submarina. Los ecosistemas sanos necesitan grandes depredadores. Necesitan tiburones y grandes peces. Y ya no los hay.

Oponerse a las reservas –un gran avance, que, por supuesto, necesitará una adecuada gestión y vigilancia y que siempre se puede mejorar– es oponerse a la conservación y restauración de unos ecosistemas marinos que, aunque algunos no lo quieran ver, han sido arrasados. Es sacrificar el bien común para poder seguir el camino egoísta de la destrucción. Es una irresponsabilidad. Le pese a quien le pese. Es ciencia contra terraplanismo.

Y si no somos capaces de proteger el mar, por encima de intereses particulares, nada más importa.

Cristina Amanda Tur | Directora del Nautilus de IB3 ràdio 

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