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Reflexión sobre la Ibiza que queremos

El parón general obligado por la pandemia podría haber sido un buen momento para reflexionar sobre qué Ibiza queremos, qué legado queremos dejar a las generaciones que lleguen detrás de nosotros.

Cuáles son los límites de esta isla, cuántos coches puede soportar, cuántos turistas, cuántos barcos, qué podemos hacer cuando en playas y otros parajes naturales ya no cabe más gente ni más vehículos ni más embarcaciones. Porque si no caben, no caben, es una cuestión física.

La opción tradicional de aumentar la capacidad de los aparcamientos, o crear otros nuevos, y ampliar caminos, o sencillamente no hacer nada, nos lleva al desastre. Pero tras la reactivación económica y la vuelta a la normalidad precovid vuelve también esta inercia tan instalada en el ADN ibicenco de no actuar, no regular, no intervenir. De aplaudir las cifras cada vez más elevadas, como si romper récord tras récord de temporadas turísticas anteriores a la pandemia fueran éxitos, y no las evidencias de un gran fracaso colectivo.

Porque el objetivo en una isla tan pequeña y de recursos tan limitados no puede ser recibir cuanta más gente, más coches, más barcos mejor. El éxito de Ibiza lleva consigo la autodestrucción. Frenarla y evitarla es nuestro gran reto como sociedad.

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