Diario de Ibiza

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Juan José Millás

La vida de los objetos

Se me ha roto la taza en la que llevaba tomando el té desde hace quince años. Antes, me tomaba también en ella el café, que suprimí por recomendación del médico. Llevábamos juntos, en fin, unas dos décadas. Yo estaba hecho a ella y ella a mí. Cuando la conducía a los labios, su borde me resultaba familiar. Podríamos decir, casi, que me besaba al tiempo de facilitarme la bebida. Y se hallaba siempre junto al ordenador proporcionándome una compañía de lo que no he sido consciente hasta que se me ha roto al fregarla (sólo yo la tocaba). Se me escurrió de entre los dedos y se dividió en cuatro pedazos contra la dura superficie del fregadero.

Juro que perdí casi la respiración, como si, debido a mi torpeza, su hubiera matado un ser vivo. En cierto modo, pienso ahora, estaba viva. Establecemos con determinados objetos una intimidad extraña. Tuve hace años una chaqueta idéntica a la de mi padre. Digo “a la de mi padre” porque creo que sólo tuvo una que le duró toda la vida. Del bolsillo derecho de esa chaqueta hurtaba yo, de niño, parte de la calderilla que mi padre depositaba descuidadamente en ella. Unos céntimos que gastaba en golosinas cuando iba o venía del colegio. Con el tiempo, he llegado a pensar que mi padre conocía esta fechoría de su hijo, pero que por alguna razón prefirió ignorarla. Pues bien, cuando ya de mayor, y con mi padre muerto, encontré una chaqueta del mismo tejido y semejante hechura, la compré sin dudarlo y la llevaba a todas partes hasta que se cayó prácticamente a pedazos. Le hice un duelo que todavía dura, pues no he encontrado otra en la que me encontrara tan a gusto.

Los objetos. He pegado los trozos de la taza rota, pero no me atrevo a usarla por miedo a que el calor del té diluya el pegamento y me organice un desastre. Ahora permanece junto a la taza nueva, en la que nada sabe igual. Cada vez que me la llevo a los labios la percibo como extraña y creo yo le resulto algo antipático también a ella. Confío en que el roce haga el cariño y que, a no tardar, nos demos los buenos días como viejos amigos. Me pregunto si la taza vieja me observa a mí también como si me hubiera quedado un poco roto.

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