Diario de Ibiza

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Mar Gómez Fornés

Mujer en la ventana

Un periódico es una ventana panorámica desde la que observar el mundo y a sus afligidos habitantes. Visto así, los periodistas somos los limpiacristales, jardineros, barrenderos y obreros del paisaje que se extiende a lo largo y ancho de la ventana. Algunos periodistas se encargan de asear las noticias, otros de empolvarlas y otros de podarlas.

Otros muchos tan solo se limitan a sorprenderse y contemplarlas como si delante tuvieran algo inmanejable o distante, algo inquietante o simplemente la misma esencia del desencanto. A veces también uno observa la grandeza de la que es posible el ser humano. Y en un rincón minúsculo se atisban de vez en cuando los tímidos rayos de la felicidad… poca cosa apenas unos chispazos que se agotan nada más brotar de algún profundo cráter.

En esas ventanas siempre hay gente mirando, leyendo, analizando con cejas mariposas. Y en ellas se escucha desde bien temprano el canto del cuco. Dice la leyenda que el canto del cuco es triste y parece decir: «volved al hogar, volved al hogar» con esa musiquilla sube-baja-sube-baja que tanto se parece al correr de las aguas en primavera. No sé si en el silencio de la mañana ustedes escuchan el canto de los pájaros, es una delicia, se parece mucho a una lluvia de pétalos desde un cielo medio y azuloso.

Quizá escuchen más el sonido de la radio; otra ventana al mundo, pero ésta más chirriante más llena de arbustos y maleza porque no lleva filtros en las voces y los discursos políticos. No sé si han caído en la cuenta de eso, pero en el periódico uno lee las noticias y las puede suavizar según su tono de voz interior, según su imaginación; en cambio la radio nos deposita en el pabellón de jade del oído las atrocidades dialécticas y semánticas de los que hablan sin un mínimo trozo de visillo que amortigüe el salivazo.

Tristeza por esta época. No parece que los periodistas tengan tiempo de sembrar en el jardín las urgentes plantas medicinales que nos hagan más llevadero este dolor de leer la prensa a diario.

Muchas veces, con la noche ya avanzada y pintada en la ventana imagino que al amanecer el mundo será otro. Sin enfermos ni enfermedades, sólo un bosque de sedas abundantes, lleno de mujeres con faldas púrpuras y hombres hechos de viento que bailan al compás de los almendros y se tiran ciruelas como niños.

Ya no vibra la tristeza. Imagino esta frase coronando la portada del periódico, acallando el trino de las infinitas penas. Pena por toda esa gente que ha tenido que inclinar la cabeza, morderse la lengua y salvar a sus gatos del infierno. Hay hombres que salvan gatos y hombres que matan niños. Me pregunto si es el mismo hombre. El hombre que viene del mismo tronco. Un solo hombre que alberga todo el bien, todo el mal.

La ventana del periódico tiene una cortina por la que entra un suave olor a almizcle y suaviza las catástrofes del mundo. Alguien la ha dibujado con un diseño de lotos, la flor que nace del barro y nunca se mancha, extraña perla que no se resiente ante los desprecios y las difamaciones, belleza que flota sobre el fango de una poza. Del loto se pueden extraer tantas enseñanzas… en cambio nos gusta más sentarnos frente a la ventana indiscreta y ver caer la tarde; contar las mujeres muertas que caen por las cocinas sobre las macetas; fotografiar las maletas que no llegaron al vagón de los equipajes y sacudir con un trapo las gotas de rocío que parecen lágrimas llorando por los cristales.

Cerramos la persiana. Y ¿qué es sino una profunda tristeza? Bajar la persiana es echar el telón sobre toda interpretación, una oscuridad interior que escurre por las paredes y llega nevera adentro; un horizonte de penumbra, la autocensura que da sombra y frescor cuando todo arde.

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