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Juan Gaitán

¿De qué hablamos hoy?

Se me ha echado la mañana encima mientras pensaba en la columna. Siempre piensa uno en la columna, en alzarla más o menos espigada, con estilo, desde la base de aquello de lo que habla la gente en la calle, en la cola del autobús, en la sala de espera del dentista. ¿De qué hablamos hoy? Los espías están ya muy vistos, cosa que no es buena para ningún espía, oficio al que siempre le convino un poco de sombra y susurro. La pandemia está demodé, fue el primer muerto de la guerra de Ucrania. En cuanto Putin lanzó sus tropas el coronavirus quedó relegado y vive en la miseria de ser información de segunda, de la que ya nadie quiere saber nada. Hemos eliminado casi por completo la mascarilla, nos hemos empeñado en pensar que el mundo es respirable, y a fuerza de empeñarnos quizás lo acabe siendo o moriremos en el intento, acaso sonriendo.

La guerra de Ucrania va perdiendo peso informativo. Es la terrible ley de la costumbre. Ya lo decía Machado en aquellos versos que tanto suelo recordar: «Todo es hasta acostumbrarse./ Cariño le coge el preso/ a las rejas de la cárcel».

¿De qué hablamos hoy? A mí me apetecería decir algo de la bruma que, de pronto, se ha ido dejando caer sobre el mar, que hoy está gris y tranquilo, como si aún durmiera y la luz no quisiera molestar. Viéndolo así, he escrito alguna vez, nadie diría que en el mundo hay dolor. Pero lo hay. En casi todas partes siguen matando a periodistas por el terrible delito de contar las cosas. La penúltima ha sido la veterana periodista Shireen Abu Aqleh, de Al Yazira, que murió tras recibir un disparo en la cabeza durante una redada del Ejército israelí en Yenín, al norte de Cisjordania. Suena a ejecución, aunque aún lo están investigando. Pero los periodistas no interesamos a casi nadie. Nunca hemos sido buen material informativo excepto cuando hemos renegado de la profesión y nos hemos entregado al show, al entretenimiento, pasando a ser ya otra cosa, no digo ni mejor ni peor, pero otra cosa.

Entre lo uno (la persecución al que informa) y lo otro (la banalización del oficio) el periodismo no vive buenos tiempos. El Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, sin embargo, ha venido a premiar a Adam Michnick, director de Gazeta Wyborcza, diario que se fundó en Polonia tras la caída de la dictadura comunista en 1989. Michnik ha sido siempre una voz comprometida con la paz en Europa y sobre todo con la libertad de expresión contra las derivas autoritarias en algunos países del Este. Está bien eso de que a los periodistas que ponen los puntos sobre las íes los premien en lugar de matarlos. Ahora ya solo falta que de vez en cuando alguien los lea. No hay democracia sin libertad de prensa. Y la libertad de prensa está siempre en manos de los lectores, de los oyentes, de la gente. Hablemos hoy de esto antes de que sea demasiado tarde.

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