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Manuel Campo Vidal

Latinoamérica, fría con la guerra de Ucrania

Igual que el covid llegó desde el Este, porque viajó primero de China a Europa y después cruzó el Atlantico, la guerra de Ucrania se siente menos en América Latina porque queda lejos. De momento. No hay una guerra de Ucrania, como se sabe, sino varias guerras concatenadas: la militar, la diplomática, la económica, la energética y la tecnológica. De la militar saben poco en el continente americano, salvo en Estados Unidos; y de su secuela -la emocionante solidaridad con los refugiados- aún menos. De la diplomática algo más, porque bien en la ONU, o a instancias de la Unión Europea, a los países latinos se les pide a menudo un posicionamiento, con resultados muy dispares: Cuba, Nicaragua y Venezuela apoyan ciegamente a Rusia; México, Brasil y a veces Bolivia, se abstienen de apoyar sanciones económicas, o en cualquier otra censura propuesta. El populismo, de izquierda o de derechas, vive en su mundo. Argentina expresa su bipolaridad política en versión tragicómica: el presidente Alberto Fernández apoya a Ucrania y la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner da su respaldo a Rusia. Del vodevil incesante de la Casa Rosada, cualquier cosa cabe esperar.

En Montevideo, ante la Asamblea anual de la Alianza Informativa Latinoamericana, con los principales directivos de los noticiarios de una cadena televisiva por cada uno de los 22 países participantes, solicitamos atención a la guerra de Ucrania porque puede ser la antesala de una catástrofe global. No existe esa percepción. Mal asunto. Acababa de pasar por Chile y Panamá sin demasiado impacto, en una gira por el continente, Josep Borrell, Alto Representante de Asuntos Exteriores y Seguridad. Normal. Demasiados años de desatención desde Europa y desde Estados Unidos. Washington mirando para otro lado, mientras China penetra casi todas las economías de los países del continente, abandonados a su suerte. El primero en denunciarlo fue el propio Borrell que en una intervención en la escuela de negocios Next Educación, el pasado 29 de octubre, advirtió de que «América Latina no está en el radar de la Unión Europea». Borrell tuvo el gesto emocional de nacionalizarse argentino recientemente como homenaje a su padre que había nacido en Mendoza, al pie de la cordillera de los Andes, hijo de un emigrante catalán. Entiende desde su atalaya diplomática lo vital que resulta para la Unión Europea que esos países sintonicen y apuesten por Europa en esta reorganización de la geopolítica mundial que sigue a la invasión rusa de un país “hermano”.

Es una cuestión crucial. La Unión Europea, débil demográficamente y reducida territorialmente, lo que incrementa la peligrosidad de una guerra descontrolada a sus puertas, necesita de Latinoamérica para fortalecer su peso y su influencia. Al tiempo, Latinoamérica añora de Europa diplomacia e inversiones para no quedar predominantemente en manos de capitales chinos y atrapada en sus redes comerciales. La relación se enfrió y necesita recuperarse. Solo Borrell y pocos más detectan ese frente. Francia sigue con su batalla de contención interna al populismo. Italia reorienta su abastecimiento energético apostando por el gas argelino ahora que peligra el suministro ruso. España anda enredada con sus escuchas telefónicas y otros escándalos de consumo doméstico, aunque Úrsula von der Leyen pasó por Barcelona elogiando la gestión de Pedro Sánchez en los Fondos Next Generation. Entretanto, ¿quién piensa en Latinoamérica? Hay que resolver esa carencia de atención con la mayor urgencia. Le toca a Europa. Y le conviene.

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