Diario de Ibiza

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Emma Riverola

Chantaje

En las chácharas digitales abundan los que aseguran no tener nada que ocultar: ¡que venga el CNI si se atreve! Pero es difícil resistir al escrutinio de cada palabra. Una crítica hecha en caliente, una bravuconada o incluso una ironía resultan luego demoledoras fuera de contexto. Si el espiado ostenta poder, la vulnerabilidad se multiplica de forma exponencial. Por haber sido invadido y por la pérdida de control de la información tratada. A partir de ahora, ¿cómo sabremos que una decisión tomada por un político espiado es realmente libre? ¿Cómo podemos juzgar un cambio de opinión, una dimisión precipitada o un silencio sospechoso? ¿Si se opta por el sacrificio de un chivo expiatorio, existe el riesgo de que las conversaciones privadas sean filtradas en desagravio? ¿Se mercadeará con ellas? Y, si no salen a la luz, ¿podrán los espiados defenderse de informaciones falsas?

La crisis del espionaje no solo quiebra la mínima lealtad entre los políticos, sino que puede significar una monumental crisis de confianza entre la ciudadanía y la política. ¿Hasta qué punto no somos piezas de un chantaje? Se requieren dosis extra de responsabilidad para reconducir la situación. La que no se tuvo al ordenar las escuchas.

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