Diario de Ibiza

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Pilar Galán

Palmeras de chocolate

Como cada uno interpreta y analiza la realidad a su manera, es decir, a la medida de su propio ombligo, para algunos mayo y junio pueden convertirse en meses dramáticos. Todo tiene que ver con la medida, no solo del ombligo, que es subjetiva y cambiante, sino con la del traje de boda, comunión, graduación o cualquiera de las actividades (ahora todas son eventos) en las que haya que embutirse entre las costuras reventonas de un traje que ha encogido sin motivo en el armario. Enero ha pasado sin dieta, entre olas del virus y propósitos sin cumplir. Febrero trajo los carnavales, y poco a poco, aparecieron las torrijas y los hornazos, mientras los dietistas se atrincheraban para la avalancha que les vendría en breve. Ahora ha llegado mayo y todo es llanto y crujir de dientes. Luego vendrá el verano, el primer susto al verse en bañador, que pasa enseguida, y la relajación de costumbres que desemboca en un nuevo sofocón en septiembre, pero qué lejos queda todavía. Ahora hay que reparar de urgencia, y aquí cada uno se convierte en adalid de su propia tontería. No acabamos de aprender que salvo enfermedad, no necesitamos vivir a dieta continua, sino adquirir buenos hábitos, pero nos pierde la fotocopia del régimen que le ha servido a la vecina, la dieta de colores de la tele o los consejos disparatados de cualquiera con menos de un dedo de frente. Yo he conocido a gente que merendaba palmeras de chocolate de tamaño kingsize en pleno régimen, y que afirmaban ufanos y con la boca llena que el metabolismo no se entera si comes muy deprisa. Haz la prueba, aconsejaban, mientras las migas descendían en cascada por su pechera. O bebe batidos desintoxicantes, como si la función de los riñones fuera solo decorativa. O ayuna doce horas, o aliméntate cada día de la semana con un color diferente, entre los que está incluido el dorado característico de la cerveza, la tortilla y las patatas. Y sí, nos reímos mucho mientras encogemos barriga y criticamos las locuras que se hacen para poder embutirse en el vestido o traje de chaqueta que compramos ilusionados con la idea de perder esos kilos que rodeaban amorosamente nuestra cintura, pero detrás de esa risa, deberíamos ser conscientes del peligro. La pandemia ha aumentado el problema real de la obesidad y ha disparado los trastornos relacionados con la alimentación.

Poco a poco hemos convertido el hecho natural de comer cuando se tiene hambre en un problema por exceso o por defecto. Antes de lanzarse a devorar palmeras de chocolate a toda prisa para que el metabolismo no se entere, deberíamos detenernos un poco en nuestras cabezas. Eliminar residuos, desintoxicarlas de tanta información inútil, y luego, ya libres de tonterías, volver a mantener una relación normal con la comida, o sea, ni matarnos a ayunos ni cebarnos a toda prisa, sino guardar un equilibrio cada vez más difícil en una sociedad desequilibrada que se empeña en caminar por la cuerda floja.

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