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Ana Bernal Triviño

Las contradicciones de Judith Butler

«Hacer negocio con la esclavitud, la venta de órganos, la prostitución o los vientres de alquiler es condenar a centenares de mujeres,

a la infancia y personas más vulnerables a entregarse para sobrevivir, si lo consiguen»

Cuando alguien me pide lecturas feministas siempre aconsejo comenzar por las referentes que pusieron los pilares del movimiento. Para no caer en lecturas que vendan por feminismo lo que no es. Dentro de las académicas feministas hay de todo. Ninguna es una biblia a seguir, sino la suma. Pero eso no es carta blanca para pasar por alto la importancia de tener clara la génesis del movimiento, sus metas y sus líneas rojas. No todo vale.

Estos días, Judith Butler ha recogido el XIII Premio Internacional Catalunya. Para muchas personas es una filósofa de referencia que, incluso, ha dado respuesta a inquietudes de sus vidas. Pero dentro del ámbito en el que yo, como periodista, he estado, el de las mujeres maltratadas por violencia de género y sexual, su filosofía posestructuralista, donde casi todo es relativo, no da respuestas a las necesidades que ellas plantean.

Para la entrega del premio se ha incidido en el “compromiso cívico y político para combatir todos los tipos de violencias”. He leído varias de sus entrevistas estos días y justo no condena dos tipos de violencias. Butler es considerada una de las teóricas de un feminismo integrador, pero he echado en falta menciones de un feminismo que no se olvide de las más vulnerables, desde las niñas violadas en Colombia a las niñas vendidas en matrimonios forzosos en Afganistán o la trata de mujeres en plena guerra de Ucrania.

En una de sus entrevistas en El País, la periodista pregunta a Butler sobre el “alquiler” de mujeres para gestar. Ella responde que esta y la prostitución son formas de “ganarse la vida” y que “¿por qué nos importa tanto lo que hagan los demás?”. La periodista vuelve a preguntar si no cree que su valoración supone aumentar la desigualdad de las mujeres más pobres, a lo que la filósofa responde: “Puede ser que no haya pensado suficientemente en este asunto. Pero no me produce el mismo horror que a otros”.

Cada persona tiene su perspectiva pero, tras las experiencias que he escuchado estos años, me producen escalofríos unas declaraciones tan frívolas. Horror es que por ser pobre gestes un bebé para otros, venga una guerra y no puedas huir del país porque una empresa espera que des a luz y no le importe nada tu vida. Horror es que a diario unos babosos te penetren por donde quieran, bajo amenaza de tus proxenetas, con quien has contraído una deuda. Horror es enseñar a las generaciones que las mujeres se compran.

Lerner decía en ‘El origen del patriarcado’ que este arranca con la creación de los primeros estados, con la explotación de la capacidad reproductiva y sexual de la mujer. Las mujeres como personas de segunda. Ni siquiera siglos posteriores han cambiado esa mentalidad. Las palabras de Judith Butler recuerdan más a las tesis liberales de Milton Friedman que a las de la feminista Josephine Butler. La memoria histórica feminista está ahí y desde el sufragismo quedó claro que la prostitución no era libertad sexual.

Dice Butler que estamos conectados y que por eso el feminismo no fomenta el individualismo. ¿Dónde enmarcamos, entonces, la frase de “por qué nos importa tanto lo que hagan los demás”? Claro que importa, porque no somos entes aislados. Nuestras decisiones impactan en los demás. No es una cuestión de moral, sino de ética y derechos. Hacer negocio con la esclavitud, la venta de órganos, la prostitución o los vientres de alquiler es condenar a centenares de mujeres, a la infancia y personas más vulnerables a entregarse para sobrevivir, si lo consiguen. Legitimar esta industria criminal extorsiona el futuro libre de miles de mujeres pobres a las que no se les dan otras condiciones de partida. El propio Tribunal Supremo expuso que la esclavitud del siglo XXI está en los clubes de alterne. Hay cuestiones que no son relativas sino materiales e incuestionables.

En su discurso, además, Butler se centra siempre en la mujer, pero no en la demanda del hombre. ¿Dónde está ese feminismo integrador que aquí no reconoce ni la clase ni la raza como factores que condenan a mujeres de las que no se habla? Todo esto es un ejemplo más de cómo se puede vender un discurso feminista, anticapitalista o anticolonial pero que, al final, recuerde mucho a lo que el patriarcado lleva siglos diciendo.

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