Vales menos. Sí, vales menos. Aunque tu trabajo sea igual o mejor. Aunque tu responsabilidad sea importante. Aunque te dejes la piel. Porque te la dejas, porque quieres ser reconocida, porque no soportas el constante ninguneo. Y, como vales menos, a veces dudas y te sientes inferior. Probablemente, ganas menos que tu pareja. Si la economía familiar va justa, te quedarás en casa cuidando de los niños. Porque, claro, tú cobras menos. Además, ¿con quién van a estar mejor los hijos que con su madre? ¿Para qué pagar a un extraño?
Esta situación ha marcado la vida laboral -la vida- de infinidad de mujeres. Pero el guion ha saltado por los aires: una constructora ha sido condenada tras constatarse las diferencias retributivas entre sexos. La empresa deberá pagar a una ingeniera el mismo sueldo que a su compañero hombre. Esta es la primera sentencia dictada después de que, hace un año, entrara en vigor el reglamento que obliga a las empresas a llevar un registro salarial. Llegar hasta aquí ha sido el esfuerzo de muchas luchas por la igualdad. Ahora llega el momento de recoger los frutos. Y de celebrarlo. No es una victoria menor, es un golpe importante a una discriminación laboral que devaluó a millones de mujeres.
