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valentin villagrasa

Desde la Mola

Valentín Villagrasa

Vuelta a Ítaca

Un viernes con Sara de diez a once (de la mañana) nunca suele ser un día cualquiera en la vida de los mortales que pasamos por el trance de someter nuestra parte de sonrisa (los dientes) a un exhaustivo examen de conciencia para que dos doctoras determinen tus pecados (mortales o veniales) de una dentadura que no acaba de superar las dudas razonables de su estado. La primera impresión que tienes al cruzar la puerta es la claridad y la decoración minimalista con la sana intención de generar confianza en el individuo para dejar a un lado los malos pensamientos que despierta una visita al dentista. Aunque nos quedan lejos los recuerdos (dependiendo de la edad) o la visión cinematográfica del ‘sacamuelas’ que al mismo tiempo te afeitaba la barba y te recortaba el pelo a la moda mientras fuera Gary Cooper se enfrentaba a los ‘malos’ en ‘Solo ante el peligro’. La versión moderna del consultorio despierta un interés inusitado en el ‘paciente’ al observar una similitud con los laboratorios espaciales, máquinas del futuro junto a una silla del ‘dolor’ preparada para una hora de libre albedrío de los pensamientos (incluidas las ideas) en un espacio amenizado con una música que contribuye a la relajación necesaria previa a la sesión. Se asemeja al mítico viaje de Ulises a Ítaca cautivo del canto de las sirenas atado al mástil de su nave. De repente, con mascarilla incluida, pese al Consejo de Ministros del martes pasado, te das cuenta de que en este ‘idílico’ lugar no se cumplen los parámetros de la ley ‘Irene Montero’ sobre la igualdad de géneros.

Aquí en Formentera en este dentista, son todas dentistas o ayudantes en femenino. Repuestos de esta satisfactoria impresión a primera vista. Comienza el relato de una experiencia más, donde se mezclan ruidos amenazadores -no sabes si el sonido es de una radial en manos de Sara (de diez a once de la mañana) con paradas para superar la ansiedad de la incertidumbre o la imaginación derivada de la postura que bien se asemeja a la del muerto en la funeraria a la espera de ser revestido con las ropas del tránsito. Detrás de una sonrisa cómica por la situación, cual escena de Berlanga, no sabes si concentrarte en un dolor que no llega o recorrer tu vida a modo de despedida de este mundo, mientras te mueves a ritmo de los tirones de un gancho (arpón de ballenero) entre tus dientes. Menos mal que los viajes a esta Ítaca suelen tener un final feliz.

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