Diario de Ibiza

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Miguel Ángel González

desde la marina

Miguel Ángel González

Can Feliu, los buenos momentos

Lo mejor de la vida es poco más que esos momentos en los que nos hemos sentido bien, en paz, tranquilos, felices. Y no suelen estar en la vivencia de grandes acontecimientos, viajes fantásticos o en haber presenciado espectáculos impresionantes. Esas horas felices suelen darse, aunque al vivirlas no lo sepamos, en lo común y cotidiano. Es algo que descubrimos cuando no lo tenemos, cuando las circunstancias nos roban esos instantes de dicha y absoluta armonía. A mí me ha sucedido esta pasada Semana Santa. La víspera del Jueves Santo, mi mujer y yo estábamos en Barcelona con las maletas preparadas para viajar a la isla. Y surgió lo imprevisto. Aquel jueves amanecí con la cabeza embotada y una fiebre de 39º. Convencí a Gloria, mi mujer, para que hiciera sola el viaje. Cabreado y resignado, yo me quedé en Barcelona con un arsenal de antibióticos, pastillas e inhaladores. Era una infección viral de las vías respiratorias altas. Nada serio, pero suficiente para fastidiarme el viaje.

Pero vamos a lo que voy. En el febril y tedioso aburrimiento de mi retiro gripal, el Viernes Santo recibí un vídeo de mi familia ibicenca. En él veía reunido, como todos los años, a mi maravilloso clan en torno al típico cuinat de verdures que en tal fecha suele estar en muchas mesas de la isla. Me emocionó verlos. Mi felizmente numerosa familia pitiusa, desde hace muchísimos años, todos los sábados y festivos se reúne en can Feliu -una casita de cuento en las cercanías de Vila-, a pasar juntos el día, en torno a una mesa, la única eucaristía que conozco y una incomparable celebración de la vida. Los abuelos, Toni y María, ya no están y los echamos en falta. Quienes entonces eran sólo padres, hoy son los nuevos abuelos; y ya son padres lo que entonces eran hijos; y los niños que han ido llegando serán padres y después abuelos. Para entonces, muchos del clan nos habremos ido. Lo importante –y es lo que comparto aquí- es que estas familias y estos encuentros sigan existiendo. Al final, cuando somos mayores, descubrimos que precisamente esos momentos que hemos pasado juntos, casi sin darnos cuenta, han sido los mejores de nuestra vida.

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