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Imma Sust

‘Me too’ acoso escolar

A mis años y con bastante terapia a mis espaldas, poco me queda por trabajar. Pero les tengo que confesar algo que me tiene torturada desde pequeña. No tengo amigos de la infancia. No los tengo porque no tuve amigos en mi infancia. Es así de simple. Tuve más bien enemigos. Niños que no me querían, que me marginaban y profesores que, en lugar de ayudar, alimentaban más al ‘bullying’. Pasan los años y sigo con esa espina clavada en el alma. Fantaseo y sueño a veces con la idea de abrir un melón enorme creando un ‘MeToo’ de acoso escolar. Con nombres de colegios, profesores y niños que ya no son niños. Algunos tienen cargos importantes y me dan escalofríos solo de pensarlo. Pero siempre que me pongo delante del ordenador con la idea de hacerlo, mi niña pequeña de la escuela me dice que no lo haga. Seguramente por miedo. Y es entonces cuando la niña mayor que soy yo piensa sinceramente que no valdría la pena.

Quiero pensar que esos niños no eran malos, quiero pensar que ahora son magníficas personas y quiero pensar que ni siquiera se acuerdan de mí y de lo mal que me lo hicieron pasar. Incluso he llegado a pensar que yo, a modo de venganza, también hice daño a alguno de esos niños. No lo recuerdo, pero no lo descarto. Quiero pensar que esos niños ya no existen. Me da paz pensar así. En cambio, si creara el ‘hashtag’ con el nombre de mis acosadores, sería como resucitarlos y tengo bastante claro que no sería una buena idea. Los que se portaron realmente mal fueron los adultos.

La mayoría de los profesores están muertos o jubilados, pero por desgracia me consta que la escuela sigue en pie y continúa con el mismo modelo de hace 40 años. Niños que van tristes al colegio porque se sienten discriminados, porque no se sienten amados y porque les hacen creer que no sirven para nada. Luego con suerte y con el apoyo de su familia, lo solucionarán con un cambio de colegio y se darán cuenta de que pueden ser felices y tener amigos. Encontrarán un trabajo, la gente les valorará y todo estará bien. Hasta que alguien te presenta a su mejor amigo de la infancia y a ti, sin saber muy bien por qué, te entra una tristeza enorme.

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