En pocos días vamos a liberarnos de las mascarillas en interiores. Y el ritmo de la vida se recupera en las calles. Y es primavera. La crisálida que nos recubrió durante la pandemia se va adelgazando, tornándose más transparente. Parece que, en un movimiento más, podremos liberarnos de esa membrana triste. Pero no siempre es fácil.
Los trastornos de salud mental infantil y juvenil se han incrementado de forma inasumible. Las cifras son terribles, en especial del comportamiento suicida. No podemos entrar en la habitación del niño, del adolescente, del joven con problemas, pero sí redoblar el esfuerzo para ayudarles a abrir esa puerta. Por supuesto, incrementando la ayuda profesional, pero también ofreciendo más actividades que trate de rescatarles de su ostracismo. A menudo, se criminaliza el uso de las pantallas, pero quizá no se dedica el mismo ánimo a señalar la escasez de alternativas. Multiplicar y hacer más accesibles las actividades lúdicas, deportivas y culturales puede ayudar a rasgar la crisálida. Todas las instituciones, todas, pueden estar implicadas en el esfuerzo. Pocos objetivos son tan urgentes. Es primavera, nos despedimos de la mascarilla, que el ritmo de la vida alcance a todos.
