Diario de Ibiza

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Mercé Marrero Fuster

Las personas generosas son sexis

«Podemos creer que la capacidad económica determina si una persona es tacaña o generosa,

pero no. Es una forma de ser. Una actitud»

Un amigo me invitó a cenar para celebrar que le habían dado un premio. Sucedió allá por el Pleistoceno, cuando yo rondaba los veintitantos. Me puse tacones y estrené un colorete con el que parecía haber pasado las últimas seis horas en una cabina de rayos UVA. Fuimos a un italiano y pidió vino espumoso. Hay que desconfiar de quien pide vinos espumosos, pero eso lo he aprendido con el tiempo. Solo habló de él y me acarició la mano en varias ocasiones. El corazón me dio un respingo cada una de ellas. Entre copa y copa, llegué a pensar que podríamos pasar a una nueva fase y, quién sabe, convertirnos en pareja. Llegaron los postres, los cafés, el limoncello de cortesía y pedimos la cuenta. La escena quedó congelada. Me miró con una sonrisa y me pidió si podía pagar yo porque el reconocimiento no iba acompañado de ninguna gratificación monetaria. «Ya sé que te he dicho que te invitaría, pero tengo que ahorrar para un traje de neopreno», se excusó. Saqué la cartera y decidí no superar ninguna fase. De hecho, borré lo andado y volví a la casilla de salida.

La tacañería es una actitud con la que convivo mal. Sitúa a las personas en una posición de desigualdad en la que unos están siempre dispuestos a dar y otros sienten que tienen derecho a recibir. Todos hemos compartido manteles con alguien que no quería pagar a escote porque no había tomado postre, vino o porque solo había cenado de una ensaladita verde y anodina. No echo de menos esas sobremesas contando pesetas y descontando cuatro duros a quien decía haber consumido menos que la mayoría. El tiempo enseña muchas cosas. Una de ellas es que vale la pena rodearse de personas que disfrutan de manera parecida del festín de la comida y de la bebida. Otra es que las personas generosas son delicatesen vitales.

Podemos creer, a priori, que la generosidad o la tacañería va asociada a la capacidad económica, pero no siempre. Es una manera de ser. Hay gente que disfruta dando parte de lo suyo. Conocerlas hace la existencia agradable. Y hay personas que disfrutan dándose a sí mismas. Son las generosas emocionales y éstas son un privilegio para quien las tiene cerca. Se interesan por los demás, hacen sentir bien y valioso a quien está a su alrededor, se alegran de que la vida te sonría y lamentan tus contratiempos, no son competitivas, comparten su tiempo, buen humor, amistades y te integran en su entorno. En la otra punta están los rácanos emocionales. Los que son incapaces de decir algo amable, de mirarte con buenos ojos y regalarte alguna frase que dulcifique tu día. Envidian tus méritos y se interesan poco por cómo andan tus cosas. Solo les importa lo mal que les va todo y a cuántas personas serán capaces de amargar en su camino. Esparcir su malestar es la gasolina que necesitan para echar a andar. Vade retro.

Esta semana he escuchado un programa sobre seducción. Las tertulianas destacaban la capacidad para escuchar, las habilidades sexuales o sociales. Las compro todas y añado la capacidad de compartir con quien te importa una parte de uno mismo. Eso sí que es sexi. Y eso también se aprende con la edad.

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