Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pilar Ruiz Costa

Una ibicenca fuera de Ibiza

Pilar Ruiz Costa

Mátate tú

Apreciado maltratador, mátate tú. ¡No, por Dios! No me malinterpretes. No es que quiera que mueras. Lo que querría, de corazón, es que te cures. Porque sí, la rabia es una enfermedad de la que uno puede salir. Lo que quiero es que vayas a terapia, que escarbes en las raíces de lo que te provoca esa inseguridad, esa frustración, esos celos; esa necesidad de controlar todo de ella, ese miedo a perderla. Y te sorprenderás descubriendo que nada de esto viene de ella, sino que está dentro de ti. Pero no te equivoques. Nada importa si el machismo lo mamaste en la familia, el entorno o en la mala educación. Da igual quién te puso este arma cargada entre las manos. El responsable último es siempre quien dispara. El maltratador eres tú.

Pero si acaso eres de los que nadie tiene que decirle lo que está bien o está mal, lo que tienes o no tienes que hacer y llega el día, apreciado maltratador, en que descubras que nunca podrás domarla del todo; que sigue deseando —aunque no lo haga— ponerse una falda o pintarse los labios; que aún sigue saludando al cruzarse en el mercado a aquel novio que la trataba bien. Que no se acabarán esos compañeros de trabajo —o de instituto— que se dedican a repartir me gustas en cualquier cosa que publica. Cuando te canses de explicarle a la muy ingrata que todo lo haces por protegerla, que todo es por su bien. Porque la quieres como nunca nadie la va a querer. Cuando te hartes de repetirle que su familia y sus amigas solo buscan separaros, que sus amigos solo buscan follársela. Pero ella ¡pobre idiota! No lo ve. No ve, la muy inútil, que sin ti no vale nada, que adónde se va a ir.

Y cuando, por fin, la hayas perdido; cuando, a pesar de todo, se haya ido y esté rehaciendo su vida en otra parte, sin ti, o incluso, cuando descubras que publica fotos de la mano de otro. Más guapa que nunca, la condenada... ¡Tan feliz! Cuando te resulte insoportable ese agujero en tu hombría; la humillación, la angustia, la frustración y la ira y decidas ir a matarla para que sienta un poco de lo que tú sientes y porque si no es tuya, no es de nadie, entonces… habrá llegado el momento: mátate tú. Sin anuncios ni amenazas. Sin chantajes. Solo mátate tú.

Porque si la matas, la sociedad es así de injusta y la muerta siempre queda como la víctima y culpable el que la mató. Serás solo un monstruo más. Sin que sepan lo que duele el para qué dijo que sí en lo bueno y en lo malo si después iba a largarse al primer puñetazo. Sin que sepa nadie lo que es que te fallen porque mil veces te juró que nunca te abandonaría mientras suplicaba que ya basta, por favor, no me pegues más, y aun así… se marchó.

Mátate tú. No hagas que tus hijos sean otros más de los que crecen sin madre ni padre. No obligues a tus padres o a los suyos, unos abuelos rotos, a sacar unas fuerzas que ya no tendrán nunca para hacerse cargo de los niños. Que no crezcan deseando no reconocer en el espejo tu mismo pelo o tu nariz, aborreciendo cada gota de sangre que comparten contigo. No hagas que cuenten de por vida a cada persona que les pregunte por sus sombras que su padre está en la cárcel por asesinar a su madre. Mátate tú. Permíteles conservarte en el recuerdo de algún domingo en los autos de choque, de alguna mañana de Reyes. Conviértete en ese mártir. Imagínala en tu entierro llorándote. Imagina a todos los tuyos compadeciéndote porque tanto dolor te mató, mientras la miran de reojo. Imagínala, teniendo que explicar a cada hombre que se le acerque, qué paso.

Y por favor, no caigas en la trampa del veneno de provocarle el mayor de los dolores y matar con tus propias manos a vuestros hijos. Que no te siga hasta la tumba la mirada de terror de tu pequeño de por qué me estás haciendo esto, papá, papá, papá.

Porque, créeme, ella, ellos apenas serán noticia de un día. Las víctimas no sé cuánto en lo que va de año. Tú, ese nuevo presunto con la cabeza gacha y esposado que meten en un coche. Entre flashes. Entre insultos. Un minuto de silencio en la plaza de un ayuntamiento y otro lamento en la bancada feminista. Algún tuit de condena y se acabó. El mundo continuará girando. Sin ella, sin ellos y las vidas que habrían tenido ya solo estarán en la memoria de los vuestros. En el luto perenne de quienes los quisieron, créeme, más y mejor que tú.

Pero para ti, el dolor que esperabas apagar apenas habrá empezado. Porque si la matas; si los matas, maldito gusano, maldito pus putrefacto de la gangrena de un gusano, pasarás cada uno del resto de tus días en el módulo de maltratadores de alguna prisión; completamente solo y repudiado. Y repasarás cada momento de aquel día, una y otra vez. Una y otra vez… Y te despertarás por la noche con la misma pregunta clavada en la garganta: ¿Por qué no te mataste tú?

Y te repito que no, ¡no quiero que mueras! Que te deseo una vida larga y próspera. Pero si tengo que escoger entre tú, maldito maltratador, o ella; entre tú o tus hijos… no lo dudo: Descansa en paz. Mátate tú.

@otropostdata

Compartir el artículo

stats