Diario de Ibiza

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Miguel Ángel González

Desde la marina

Miguel Ángel González

Y llega la Semana Santa

Las manifestaciones religiosas de la Semana Santa en las calles, las procesiones, hoy me desconciertan. Las respeto, por supuesto, pero no las entiendo. Tenían más fácil explicación cuando, en el año 235, el Concilio de Nicea creó su celebración porque una población mayoritariamente analfabeta necesitaba, para entender el ‘hecho religioso’, visualizarlo en procesiones, imágenes y pinturas al fresco en las paredes y vitrales de los templos. Tampoco entiendo que, en vez de dar prioridad a la celebración de la Resurrección que para el cristiano es una victoria -¡acertada, en este sentido, la imagen del Salvador que preside el presbiterio de Sant Elm!- nos empeñemos en subrayar, toda una semana, el lado patético y dramático de la pasión y de la muerte que ha llenado de cruces las aulas, los juzgados, los cuarteles y los dormitorios. Inolvidable aquella cruz de las escuelas, como en un calvario, entre Franco y José Antonio. Y tampoco entiendo la actual Semana Santa, convertida hoy, sobre todo, en un tiempo vacacional, y cuando los desfiles procesionales se publicitan como un espectáculo para atraer a los turistas. Me pregunto, respetuosamente, qué tiene hoy de santa la Semana Santa.

Recuerdo en El País un comentario de dos grandes de nuestras letras, Julio Llamazares y Antonio Gamoneda. Tampoco entendían que las procesiones, las imágenes dolientes y los capirotes, estén aumentando en la misma proporción en que se vacían las iglesias. Decía Gamoneda que a los españoles nos gusta marcar el paso al son de trompetería, portar cruces y vírgenes a cuestas, tocar tambores hasta sangrar y desfilar encapuchados, como si el fin del mundo fuera inminente. Y añadía que hoy existen otras maneras menos teatrales, más íntimas y efectivas, de manifestar las propias creencias. En 1913, Antonio Machado publicaba ‘El mañana efímero’ que dice así: «La España de charanga y pandereta, / cerrado y sacristía, / devota de Frascuelo y de María, / de espíritu burlón y de alma inquieta / ha de tener su mármol y su día, / su infalible mañana y su poeta. / En vano ayer engendrará un mañana / vacío y por ventura pasajero. / Será un joven lechuzo y tarambana, / un sayón con hechuras de bolero, / a la moda de la Francia realista, / un poco al uso del París pagano / y al estilo de España especialista / en el vicio al alcance de la mano». Esa España que cuando decide usar la cabeza, ora y embiste, todavía existe. No se ha cumplido el deseo del poeta.

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