Opinión

Virus, guerra y la condena del planeta

Nada como una guerra para descubrir cuán débiles somos. La invasión de Ucrania nos enseña que la globalización tiene un lado oscuro que puede devorarlo todo, como un agujero negro de miedo y sinrazón: no dependemos de nosotros para asegurarnos el futuro. Ahora está en manos de un pequeño matón surgido de las entrañas de la KGB que quiere resucitar a la gran Madre Rusia. De su desaforado ego depende que se mantenga el statu quo, que podamos disfrutar de la vida como la conocíamos. Y si no surge otro demonio con acceso al botón rojo nuclear (se me ocurre ahora el pseudo actorcillo con ínfulas y bisoñé de Corea del Norte) será el propio planeta el que nos ponga un ultimátum que entonces sí puede ser definitivo. Vivimos en el cortoplacismo, rogando por una temporada turística fantástica que nos permita respirar un poco; que Putin entre en razón y recuperar la normalidad. ¿Recuerdan? Aquella anterior al maldito coronavirus, cuando nuestras máximas preocupaciones eran económicas, de coyuntura. Entonces el medio ambiente era el reto a superar. Ahora es la guerra y antes fue el virus. Nuestras prioridades cambian según nuestros intereses. Esa es nuestra verdadera naturaleza... y la condena del planeta.

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