Tratar de entender o cegarse los ojos. Tratar de asomarse al sentimiento ajeno o anclarnos en nuestro pensamiento interior. El debate sobre la cancelación de los artistas y creadores rusos, más allá de consideraciones económicas, habla de nosotros mismos, de nuestra libertad, de nuestra voluntad de aceptar la complejidad o de conformarnos con la simplicidad de la consigna. La cultura es el reflejo de la sociedad. De su diversidad, su memoria, sus filias y sus fobias, sus anhelos y sus dificultades. Boicotear a los autores rusos solo nos hace más ignorantes de lo que está ocurriendo y de lo que puede ocurrir. Sumergirse en las páginas de su literatura o presenciarla en un escenario nos ofrece la oportunidad de palpar el sentimiento de su ciudadanía. Renunciar a ello solo nos hace más vulnerables, más ignorantes. Un brochazo de simplicidad que rechaza los matices. Un ataque que afecta a todos los creadores. Rusos y no rusos.

Porque cancelar la cultura también significa considerarla un simple instrumento del poder. Despreciar todo lo es capaz de contener: sabiduría, rebeldía, dignidad... Negarle su capacidad de reflexionar y transformar. En este momento, cuando más debemos saber, la cancelación es una rendición.