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Antonio Díaz

Tribuna

Antonio Díaz

El emperador Europa

«Europa debe salir de su ensimismamiento y volver a ser consciente de que, simplemente, hay gente mala, y gente malvada, y que no todos los Estados ni líderes están en el mismo momento civilizatorio»

El emperador se miró en el espejo y comprobó que estaba desnudo; pero no solo desnudo, estaba viejo y fofo. Había sido incapaz de generar las condiciones de empleo y vivienda para que sus varios hijos le dieran nietos, así que con solo un nieto pensó que su imperio seguiría siendo grande para siempre. Aunque también reflexionó sobre el hecho de que, sin tener materias primas, su imperio quizá tendría problemas para continuar creciendo y seguir siendo próspero. Aún así se consoló: tengo grandes valores de libertad, de justicia, de igualdad.

Europa es un viejo emperador, cansado, fofo, que es incluso incapaz de sostenerse demográficamente habiendo generado una sociedad hipercompetitiva, donde tener un hijo es un logro y tener dos una heroicidad; no hablo de tres porque ya no conozco a nadie tan osado; una sociedad donde tener una vivienda es un lujo y gozar de un mínimo horizonte de estabilidad laboral no es ni planteable para los jóvenes. Europa, sus élites y sus ciudadanos se han infantilizado recreándose en un mundo que no existe aún; sin duda es la aspiración que debemos tener como sociedad europea, pero que aún no existe. La pirámide de Maslow se teorizó en 1943, justo cuando los fascismos seguían campando por Europa. Esta “teoría sobre la motivación humana” defiende que conforme se satisfacen las necesidades más básicas, los seres humanos desarrollan necesidades y deseos más elevados. Multitud de causas, todas justas y todas muy honestas desde el veganismo hasta el bienestar animal, pasando por la protección del medio ambiente, han ocupado gran parte del debate y de la agenda, procrastinando la atención sobre elementos estructurales, en una especie de pensamiento mágico de que todas las comunidades del planeta estaban en lo alto de la pirámide de Maslow.

Europa debe salir de su ensimismamiento y volver a ser consciente de que, simplemente, hay gente mala, y gente malvada, y que no todos los Estados ni todos los líderes están en el mismo momento civilizatorio, ni en el mismo estrato de la pirámide. Europa debe romper su ingenuidad y asumir que en el mundo hay sociedades que aún no han realizado la revolución francesa, que aún no han colocado en el frontispicio de sus Estados la libertad, la igualdad y la justicia como normas fundamentales. Europa debe asumir que hay sociedades donde el humanismo renacentista que puso al hombre, y no a Dios ni a la comunidad, como centro de la creación y de la vida, nunca existió. Debemos, por tanto, asumir que hay otros procesos civilizatorios y que quizá no todos coincidan con el nuestro, ni con nuestros valores y ahí solo hay una regla de oro: coexistiremos en el único planeta que conocemos mientras no intenten imponernos el suyo y permitan que aquellos de sus miembros que quieran vivir en el nuestro puedan hacerlo.

Asumiendo esto, Europa necesita disponer de dos cajas de herramientas: una para lidiar con otras democracias y una segunda para lidiar contra quienes no solo no comparten nuestro sistema de valores, sino contra quienes quieren destruirlos. Y eso supone presentarle a los ciudadanos la realidad, identificar a los grupos de presión que hacen dinero con sátrapas, federaciones deportivas con unos principios excesivamente laxos, potenciar en las escuelas nuestro sistema de valores, arrinconar a los partidos que en vez de fortalecer nuestras instituciones buscan deteriorarlas, bien con sus discursos bien con sus actos de corrupción. Europa no es un territorio, Europa es un espacio de libertad, justicia e igualdad. Y defender esos ropajes significa reducir la deuda para no ser pasto de países como China, no ser dependientes del gas de países con proyectos totalitarios, y no lustrar con nuestro deporte países donde no se respetan los mínimos derechos humanos. Los tanques y los misiles son meras piezas que pueden conseguirse, estamos hablando de generar escenarios donde no seamos vulnerables a proyectos no solo que no hicieron la revolución francesa o vivieron el humanismo renacentista, sino que quieren despojarnos a nosotros de ellos.

El Fin de la Historia de Francis Fukuyama, si existió, lo fue solo en los libros; pero la invasión de Ucrania nos muestra cómo hay lecciones de la Historia que siguen sin ser aprendidas. En análisis de inteligencia hay un sesgo habitual que tanto analistas como políticos suelen cometer: el sesgo de confirmación, y que se basa en pensar que el otro va a comportarse como nosotros lo haríamos en presencia de las mismas circunstancias. Pero no es así y quizá por eso es necesario que cada una o dos generaciones haya que vacunar de nuevo a los ciudadanos frente a los fascismos de ambos lados del espectro político, y a esta generación de dirigentes europeos le toca abandonar cierto buenismo generado tras la caída del muro de Berlín.

Europa no volverá a esos años de los fascismos, gritaban por las tertulias de café, los ateneos y los consejos de ministros… ¿por qué no? ¿dónde está escrito? ¿cuántas grandes civilizaciones han caído fruto de hordas bárbaras? Lo que está en juego es un nuevo orden, no solo de ocupación militar, sino de los valores y, si me apuran, de modelo civilizatorio. Usted, querido lector, podría estar ahora mismo leyendo estas líneas escritas en idioma alemán. Y no lo hace porque jóvenes de Tennessee, de Toulouse y de Glasgow lucharon contra esos fascismos hace 80 años, lucharon y murieron. Es posible que, si no se desboca más la situación y Rusia ceja en su invasión militar de un vecino, esta locura zarista haya servido de vacuna para una o dos generaciones más que habrán visto cómo se puede pasar, en solo una semana, de grabar vídeos de TikTok a empuñar un arma.

El traje del emperador es admirado y deseado; hasta los oligarcas rusos quieren acudir a Europa a estar a cubierto de esos ropajes de libertad, igualdad y justicia que fabrican los telares de nuestros sistemas democráticos. Por eso, si Europa no es capaz de defender, con dolor y lágrimas, su ropaje, si permite que se lo rasguen, que se lo dañen… sin esos ropajes, el emperador, simplemente, está viejo y fofo.

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