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Pilar Ruiz Costa

Una ibicenca fuera de Ibiza

Pilar Ruiz Costa

No estamos para hablar de feminismo

La torpeza arrancó así: Arturo Pérez-Reverte publicó en su cuenta de Twitter la fotografía de una escritora ucraniana, supuestamente fallecida a manos de las tropas rusas cuando combatía como voluntaria: «Irina Tsvila, ucraniana, muerta en combate. No me la imagino diciendo todos, todas y todes. La verdad es que no. O sea, que no». Aunque no tardó en eliminar la publicación que el mismo Académico ocupante de la letra T de la Real Academia Española, calificó de «inoportuna», hoy en día uno es tan dueño de lo que escribe, como de lo que borra y la publicación se extendió ‘como la pólvora’, entre reproches, pero también loas porque ‘alguien lo tenía que decir’. Más o menos los mismos que compartían la noticia de la medida del Ministerio del Interior de Ucrania de prohibir salir del territorio «solamente» a hombres entre 18 y 60 años con el reclamo de «¿dónde están las feministas ahora, eh, eh, eh?». Estarán probablemente con las tripas revueltas de comprobar, una vez más, como hay quien usa hasta la más grande desgracia para dejar constancia de cuánto les molesta que salgamos de la cueva.

Porque, claro, cuando estalla la guerra hablar de feminismo es una gilipollez, una soplapollez o cualquier otro término siempre que incluya polla, y a poder ser, muy grande. Sin darse cuenta de que expulsar el feminismo es lo mismo que expulsar cualquier posibilidad de acabar con la contienda. Porque las guerras, esta guerra en concreto, hace mucho que la perdieron ellas. Aunque las imágenes de una rubia caucásica con rouge y fusil de asalto den muchos likes, combatir es un asunto muy serio. Y lo hacen las mujeres que son entre un 15 y un 20% de su ejército. El ruso solo cuenta con un 5% de mujeres y aprovecho para informar a quien le interese que solo el 12,8% de los cuerpos españoles son españolas. Quizá tenga que ver el aparente desinterés con que solo un 0,4% de ellas haya alcanzado un puesto en los altos mandos de las Fuerzas Armadas.

Pero volviendo a Ucrania, además de que muchas mujeres se ven forzadas a marcharse para poner a salvo a niños y mayores, quizá también pese el informe presentado por la Misión de Vigilancia de los Derechos Humanos en Ucrania documentando desde 2014 los casos de violencia sexual que sufren especialmente en las zonas de Donetsk y Luhansk dominadas por los grupos armados. Pero estas investigaciones, además de las agresiones cuando son apresadas, también denuncia, maldita sea, las sufridas a manos de sus compañeros.

Nada nuevo. Ucrania, el país más pobre de Europa, desde la caída de la Unión Soviética en 1991 encabeza la lista de países del Este con más víctimas de tráfico de personas según datos de la Organización Internacional para las Migraciones. La Coalición contra el Tráfico de Mujeres habla de un millón de mujeres ucranianas que han abandonado su país para ejercer la prostitución en Occidente. Pero también dentro, porque muchas de las que se quedan, lo hacen a cargo de hijos y mayores.

No en vano las activistas de Femen se dieron a conocer al mundo al grito de ‘Ucrania no es un burdel y sus mujeres no son putas’, acusando a la UEFA de promover la prostitución como un atractivo más durante la Eurocopa de 2012. La organización Alliance VIH/Sida lo acompañaba del estudio que señala a Ucrania como el país más afectado de Europa por el virus del sida, con un 0,54% de adultos afectados. Un 24% de las prostitutas en Kiev, seropositivas. En Donetsk un 38%.

Pero además del abasto de prostitución, Ucrania es la meca europea de la explotación reproductiva. Las zonas de conflicto bélico y los núcleos rurales más empobrecidos son el nicho donde captar mujeres para las clínicas de reproducción asistida. Este cuento de la criada de no ficción gracias a ciudadanos de Italia, Francia, Alemania y España, países que prohíben tajantemente todas las formas de gestación subrogada, pero que se sortean con los muchos vacíos legales que ofrece Ucrania y que su propio Defensor del Menor reclama que se prohíba como ya han hecho Tailandia o India: «La subrogación es la explotación de las mujeres para obtener ingresos en negocios privados y satisfacer las necesidades de los adultos a costa de violar los derechos del niño». Denuncia también el vergonzante contenido de estos contratos que obligan a la mujer a desentenderse de la criatura, «incluso cuando los compradores la abandonan» y que las fuerza a someterse a una cesárea o un aborto «si el peso del niño no evoluciona según lo esperado», por ejemplo.

Entendiendo la frustración de quienes sueñan ser padres biológicos y no pueden, ¿cuánto más por encima puede estar la frustración de los derechos de las mujeres y los niños?

Y ahora que se frotarán las manos los traficantes de estraperlo y puteros sabiendo que el éxodo de ucranianas traerá consigo úteros a precios imbatibles y desesperadas nuevas en los clubs de carretera, mal que le pese a alguno, ahora que estalla la guerra… estamos y debemos hablar de feminismo.

@otropostdata

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