Diario de Ibiza

Diario de Ibiza

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Pilar Ruiz Costa

Una ibicenca fuera de Ibiza

Pilar Ruiz Costa

Simplemente yo

Mi amiga Ana no tiene un ‘televisor inteligente’ —o a saber, puede que la del televisor no inteligente sea yo—, así que, como aquella Galia ocupada por los romanos en la que una aldea poblada por mi amiga se resiste todavía a las suscripciones a HBO, cuando quedamos, además de arreglar el mundo entre vinos, asumo la tarea de ponerla al día de todo lo que acontece, capítulo a capítulo en And just like that (Simplemente así); la secuela de Sexo en Nueva York.

ALERTA SPOILER: si el lector tiene pendiente ver la serie, que deje la lectura en este momento y nos encontramos puntualmente en estas mismas páginas la semana próxima.

Mi resumen del estreno más visto en la historia de HBO fue algo así:

—¡No me lo puedo creer, se han cargado a Big! Nos van a hacer tragarnos diez episodios solo para ver cómo Carrie se lía con un productor de la radio…

—Pero, ¿cómo sabes que se va a liar con él?

—Está tremendo. Yo también me liaría. Ahora a ver lo que retuercen la trama porque, claro, la vida de una mujer felizmente casada nunca tendría la audiencia de la de una soltera de cita en cita buscando desesperadamente el amor.

Por supuesto, tras el último episodio siguió un whatsapp de «te lo dije» con un número inusitado de exclamaciones. Pero en esta serie que viaja sin remedio del ‘dejemos a Carrie en el mercado’ hasta llegar a un ‘Carrie encuentra el amor’, sucedían otro buen montón de cosas que, pausado el resto de problemas del mundo, merecían vino y reflexión.

La primera, que tras 6 temporadas y 94 capítulos —y dos películas—, 18 años después, muchos fans se molestaron al descubrirlas ‘envejecidas’. Como en la canción de Serrat, Penélope, con su bolso de piel marrón, sus zapatos de tacón y su vestido de domingo en un banco en el andén esperando que el tren le devuelva aquel amor que marchó. Y se lo devuelve —pongamos que tardara 18 años—; pero ella al verlo le sonrió con los ojos llenitos de ayer: «No era así su cara ni su piel. Tú no eres quien yo espero». Y se queda, con su bolso y sus zapatos, aguardando por siempre en la estación.

Pero además de su cara y su piel, en este viaje al futuro de nuestras ídolas de Manolos, cosmos, Fendis y lentejuelas, las sobremesas de orgasmos y felaciones cambian a los cincuenta por otras de menopausias, canas, audífonos y dolor en la cadera.

Por otro lado, los grandes vacíos de personajes como Samantha —la actriz Kim Cattrall se ha negado en rotundo a seguir exprimiendo la vaca— o el ‘fallecido’ Big —expulsado por HBO del rodaje tras el escándalo de dos denuncias de abusos sexuales— han sido cubiertos por un puzle variopinto al más puro estilo Benetton: latino, hindú, queer, no binarie, con un poco de poliamor y un mucho de lenguaje inclusivo y hasta una rabina judía trans. ¿Cabe todo eso de manera creíble en diez episodios? ¡Por supuesto que no! Pero la sobreexposición trataba de compensar la ausencia hasta la fecha en un repertorio demasiado blanco, heterosexual, cisgénero y lleno de privilegios de unos colectivos más que minorizados, completamente ninguneados más allá de los clichés del personal de servicio, una hija adoptada asiática o el simpático ‘amigo gay’.

Por eso, aunque vaya que ha ido en detrimento de la trama, agradezco el gesto de mostrar fuera de la excepción, la diversidad que existe. Algunos, públicamente; otros aún forzados a vivir desapercibidos. Agradezco el despertar pansexual de Miranda aunque haya abandonado al buenazo de su marido porque quiere ser feliz. No en vano, Cynthia Nixon, la actriz que la interpreta (y candidata a Gobernadora por el Partido Demócrata) lleva 10 años casada con una mujer y es una gran defensora de los derechos LGTBIQ+, especialmente del matrimonio homosexual que fue legalizado en Nueva York apenas en 2011. Agradezco a Charlotte el esfuerzo y el cariño por entender a su hija Rose; ahora, su hije Rock. Para entender la importancia de visibilizar estas realidades ante millones de espectadores, el pasado Día Internacional de la Memoria Trans —lamentablemente dedicado a aquellas personas asesinadas víctimas de transfobia— el presidente Biden denunciaba la proliferación en 2021 de leyes estatales contra las personas trans, especialmente niños. Se cerraba el año con el asesinato de 46 personas. «El año más letal». «Un odio que se ceba especialmente en las mujeres y niñas negras y latinas».

Por eso, aunque a mi amiga Ana le cuente que lo que me molesta ¡pero mucho! Es que Carrie haya abandonado su columna, o que cómo va a ser que mantenga ese apartamento y ese armario colaborando en un podcast, ¿qué les puedo decir? Pese a lo previsible… me gustan las historias que acaban besando al guapo. O guapa. O guape. Y aun así, el final más feliz es este Rock inetiquetable, pidiéndole a una madre perdida —pero que le quiere—: «No quiero ser etiquetado como nada. Ni como niña, ni niño, no binario, judío, cristiano, musulmán… ni siquiera como neoyorquino. Solo tengo 13 años, ¿no puedo ser simplemente yo?» .

@otropostdata

Compartir el artículo

stats