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Pilar Galán

Rebeldes sin causa

Se anula la obligación de llevar mascarilla en la calle. Los medios anuncian que se ve el fin, y todo apunta a un verano sin restricciones. Ojalá sea así.

Yo quiero creerlo. Quiero dejar atrás estos dos años en que se nos ha mostrado lo mejor y lo peor del ser humano. Quiero dejar atrás todo el conocimiento sobre tipos de pruebas y periodos de cuarentena. Necesito ver las caras de mis alumnos y no agobiarme subiendo las escaleras, ni ir cargada con gel, repuestos de mascarillas y el miedo, esa sensación gelatinosa que se ha convertido en compañera durante tantos meses.

Por lo pronto, veremos algo más que los ojos de los demás por la calle, aunque seguiremos manteniendo la distancia. Me pregunto qué harán ahora los que han convertido la ausencia de mascarilla en señal de una rebeldía infantil y malcriada.

Los que dejaban la nariz fuera, como símbolo de una resistencia estúpida, los que te miraban desafiantes cuando se cruzaban contigo en el portal, como diciendo mira qué revolucionario soy, no cumplo normas. Qué harán con esta energía que han gastado en negar la enfermedad, en convertir la mala educación en bandera o en creerse inmunes a un virus que solo nos afectaba a los simples mortales.

Ahora se sentirán desgraciados cuando en los parques no aterroricen al resto de padres a los que miraban como borregos por cumplir la ley. Qué será de su existencia cuando también quiten la prohibición en interiores. Quizá puedan canalizar esa virulencia hacia otras causas.

Se me ocurre que podrían defender la educación, por ejemplo, ya que han hecho alarde de su rebeldía contra el virus en las entradas de los colegios. O ensalzar a los sanitarios, como compensación por haberse burlado y luego caído en sus brazos para exigir curación, cuando la realidad les demostraba que no vacunarse aumentaba los ingresos.

Pero algo me dice que buscarán otra causa igual de estúpida, como fumar en los sitios prohibidos, comer en los teatros, no silenciar los móviles en los hospitales. Las normas de la convivencia no están hechas para ellos, los defensores de la resistencia inventada, los adalides de la futilidad. Ahora, al menos sus caras o sus narices no serán las únicas que veremos por la calle.

No sé si es un consuelo, porque por lo menos estos meses hemos sabido quiénes eran los que perdían el tiempo creyéndose héroes de una causa sin horizonte, una causa tan estrecha de miras y tan inconsciente, tan egoísta y absurda, que ni siquiera los convierte en villanos.

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