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Lucía Velasco

Tribuna

Lucía Velasco

El techo Zoom

Ómicron nos ha traído varias cosas. Por un lado, habilidades que jamás imaginamos tener, como por ejemplo la de realizarnos test de antígenos mientras desayunamos o las de autodiagnosticarnos, autoaislarnos y en algunos casos hasta automedicarnos. Por suerte también ha recuperado el teletrabajo, que estaba cayendo en picado desde hacía unos meses. Muchas personas hemos vuelto a trabajar desde nuestras casas y no son pocos los que han agradecido ese soplo de aire fresco que supone estar delante de un ordenador desde donde se quiera. Sabemos que en general esta modalidad laboral tiene numerosas bondades como el mejor equilibrio entre la vida personal y profesional (teóricamente), menos tráfico, menos contaminación, menos estrés, mejor alimentación y, si todo lo anterior se cumple, mejora del bienestar. Sin embargo, según publican esta semana la Organización Mundial de la Salud junto con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), sin una correcta gestión también puede producir aislamiento, agotamiento, depresión, violencia doméstica, contracturas, fatiga ocular, más tabaco y más alcohol. En cualquier caso, hay un problema que estas organizaciones no contemplan y que, en la línea del techo de cristal, parece ser el último hit en discriminación: el techo zoom. Y sí, afecta más a las mujeres. Sorpresa.

Cada día aparecen nuevas encuestas que muestran que las personas trabajadoras quieren arreglos laborales más flexibles e híbridos. Y que, ante la posibilidad del trabajo a distancia, las mujeres lo solicitan más que los hombres. No obstante, no es oro todo lo que reluce. El techo zoom podría resumirse en una frase: ojos que no ven, corazón que no siente. Y el corazón que no siente es el de la persona encargada de tu carrera profesional y que no te ve en la oficina, ni tampoco casualmente dejarte caer por su despacho ni aparecer sin venir a cuento con cualquier pregunta absurda para hacer notar lo agobiado que está. No, a ti no te va a ver porque estás en tu casa trabajando sin levantar la cabeza del ordenador y si quieres algo, pides una reunión con el calendario por delante.

El repliegue hacia el presencialismo se debe a una combinación de factores entre los que destaca el abuso de pocos que hacen que la desconfianza se extienda, unas condiciones obligatorias de duplicación de equipos que no todos los empleadores pueden asumir, y también que los tomadores de decisiones suelen ser líderes con un tipo de perfil más propio de la era analógica y, por qué no decirlo, tienen otro entendimiento del mundo, en el que la distancia no encaja. Un buen ejemplo de esta mentalidad sería el CEO de Goldman Sachs que llegó a llamar al trabajo en remoto «aberración» directamente. Con un jefe así, ¿cuántas posibilidades de promoción tienes si teletrabajas? Las personas que trabajan a distancia no están recibiendo el mismo reconocimiento por el trabajo que realizan y debemos estar vigilantes para evitar este tipo de discriminación. Ya hay investigaciones que indican que aquellos en remoto están trabajando más horas, rindiendo más, y aún así tienen un 50% menos de probabilidades de ascender. Parece evidente que la mayoría de las personas trabajadoras quieren poder elegir el formato en el que trabajan. Estemos pendientes de no poner un techo zoom a aquellas que vemos a través de la pantalla.

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