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Pilar Galán

Ese vicio inconfesable

Leer genera adicción, reúne extraños compañeros de viaje, crea vicios inconfesables y da voz a las otras voces que habitan nuestra cabeza.

Casi da miedo pensar en ello. Se lo dice una adicta que sabe de lo que habla. Que lleva cinco semanas sin poder leer y que ahora mismo trata de hacerlo con unas gafas de lupa que levantan un mareo similar al de la niebla.

En mitad de la bruma, la recompensa, como al final de un laberinto o de un túnel. Pero antes, un desierto de madrugadas y despertares insomnes que no, no pueden llenar las series. La televisión no es la nueva literatura, es otra cosa. No se trata de ponerse estupendo ni pedante, no es la misma sensación, ni el mismo resultado. Es otra cosa, así de simple.

Faltan la nutrición, la plenitud, detenerse en mitad de una página porque una palabra te ha golpeado en mitad del cráneo. O saborear una frase como un caramelo que se deshace lentamente en la boca. O sentir en los dientes la acidez de una idea que escuece igual que un limón recién exprimido.

Si mi confesión no basta, también se lo puede advertir cualquier miembro de un club de lectura. Les dirá que de pronto se ve rodeado de personas que comparten su vicio, y además sin ocultarlo. Y que cada reunión semanal o mensual será esperada con la misma avidez de un vaso de agua helada en una noche de agosto.

Leer es una actividad extraña. Genera dudas, plantea preguntas y, al mismo tiempo, como respuesta, consigue que vivas otras vidas que no son la tuya, o sí, pero no importa porque escuchas una voz que habla de lo que te pasa, y pone nombres a las partes de ti que no conoces.

Es mejor adormecerse que escuchar esa voz que es a la vez la tuya y la del autor, y la de todos los lectores que laten detrás y la de los que esperan en el futuro.

A lo mejor son multitud, y llevan siglos fuera de este mundo, o viven a tu lado y son vecinos de historias. Es mejor no escuchar esa marabunta, y no dejarse atrapar. Porque si lees, tarde o temprano te devorará una pasión que no podrás permitirte, un arrebato que te hará abrir los ojos hasta que duelan y aun así, desearás mantenerlos abiertos. Porque la rutina mata, y la realidad, también, sobre todo a palo seco, sin su dosis de ficción para que sea lo más real posible.

Cinco semanas sin leer son muchas, treinta y cinco días, no sé cuántas horas, pero ni de lejos las suficientes para olvidar por qué leo, ese vicio que no he conseguido dejar, a lo mejor porque nunca se me ha pasado por la cabeza ni siquiera intentarlo.

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